¿Cómo voy a confiar en la hora del display de una video cassettera? ¿Cómo voy a confiar en la hora de la video cassettera de Toni Face? No sé cómo, pero lo hice. Me quedé tranquilamente acostado en el sofá de Toni pensando que eran las 8 AM y que aún faltaba bastante para mi tren de las 10.20 de Madrid a Barcelona. Pero el display de la video estaba una hora atrasado. Hora portuguesa, digamos. Así me lo hizo saber Toni en cuanto se levantó.
Antes de subir al tren, quería pasar por la tienda de Toni, así que nos fuimos para allá de inmediato. Ya contaba yo con tomar el siguiente tren, por cierto. Desde el local me fui en el metro línea 1, por un euro, hasta la estación Atocha Renfe. Intenté cambiar la reserva anterior por un nuevo pasaje para el próximo tren, el de las 11.45, pero no hubo caso, tenía que pagar por una nueva reserva (no el pasaje completo). Corrí hasta el andén, pasando antes el equipaje por las máquinas de rayos tipo aeropuerto, pero mucho más rápido y menos rigurosamente controlado. Si hubiera habido cola en la caja o en control de equipaje o del pasaje, no hubiera llegado al tren.
Pero llegué y no me arrepentí de haber pagado. No sólo porque necesitaba tomar este tren para llegar al próximo, hacia Montepellier, sino por el servicio. Coche con aire acondicionado a la temperatura perfecta. Asientos súper cómodos con muy buen espacio entre las filas, como para llegar como nuevo. Copa de cava, de jerez, diarios, películas, música y una bandeja bastante más grande que las del avión para apoyar la computadora y terminar un trabajo, que era mi caso. Sólo que sin conección a Internet, claro.
El vagón iba en silencio, suavemente, tanto por los pasajeros como por el traqueteo ferroviario que acá no se sentía. Tan en silencio, que el pasajero delante mío, español, me llamó la atención por el ruido que hacía al tipear... En un tren! Trenes ruidosos eran los de antes... Por suerte había asientos libres más aislados como para no molestar a nadie.
En el último tramo antes de Barcelona se ven kilómetros de obras, grúas, obreros de casco, máquinas rarísimas, carteles, valados, etc. Es la obra del tren de alta velocidad que en un par de años supuestamente uniría Barcelona con Montpellier en un tercio del tiempo de ahora. Si es por lo que se ve del lado español, parece que estuvieran intentando terminarlo para la semana que viene. El problema es que del lado francés parece que nadie hubiera avisado. No se ve mayor despliegue... Así que quizás la vía llegue sólo de Barcelona hasta la frontera. En tal caso, quizás estemos ante la tercera guerra mundial...
Barcelona-Montpellier. Otras cinco horas. A pesar de haber hecho el primer tramo más tarde de lo previsto, llegué a tiempo para el segundo. Raro: era la misma clase que el viaje anterior, pero el servicio fue casi inexistente. Pasaron apenas preguntando si alguien necesitaba auriculares (sólo dieron un documental) y ni te daban tiempo a decir "yo!". No hubo comida, ni agua, ni café ni nada. Había, sí, un bar, como en el otro tren, con lo mismo y los mismos precios. Y una mujer detrás mío, catalana, se la pasaba recibiendo llamados y arreglando negocios a los gritos. Es una ventaja o una desventaja que se pueda hablar por celular?
La llegada a Montpellier fue puntual. El problema fue encontrar el hotel, con mi equipaje, que cada vez pesa más. Caminé, caminé y camnié sin enconrar la maldita calle del Mecure. Hasta que me metí en el Sofitel, para preguntar, con tanta suerte (nada hacía pensar que la tendría), que su estacionamiento estaba conectado con el del Mercure. Yo en realidad ni sabía que iba al Mercure: ellos reconocieron el número de teléfono que tenía anotado.
Me instalé en el cuarto 531, me pegué una ducha y salí a comer algo. La primera impresión no podía ser mejor. Salí a lo que sería la plaza central del casco histórico y estaba lleno de chicos, como si salieran de un festival de rock. Pero no, era más bien el flujo normal de esta ciudad que tiene una gran población joven. Por otra parte, había un perímetro vallado donde unas 200 personas bailaban tango, en una milonga callejera de las que no se ven en Buenos Aires, como si el tango fuera folklore de Montpellier. Para un argentino, llegar a una ciudad desconocida por la noche y encontrarse en esta escena es como para un irlandés llegar a Rosario y descubrir que todo un barrio celebra San Patricio. Roots...
Me senté a comer en la plaza, en uno de sus cafés, un creppe trois fromages y una cerveza tirada, medio dulzona. Caminé un poquito más pero me volví al hotel porque estaba cansado, trenía frío y debía trabajar con horario argentino... Cosa que hice, hasta que me dormí.