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Revisando los archivos de Satélite-in-blog, el directorio editorial determinó que era hora de... un poco de nostalgia y autocomplacencia, sobre todo por aquellos tiempos en los que eramos menos. Sin correcciones ni overdubs, estas cosas pasaban y estas cosas se publicaban en este blog hace (apenas) cuatro años.
¿Cuándo nace un diario? ¿Cómo se empieza a contar un fin de semana inolvidable?
Digámoslo así: miro a mi derecha y veo al Pulga (ex bajo Nuevas Raíces), al Ñato, (de This is ska) y a Luciano, (ex Sombrero Club, DJ, etc). A la izquiera, Ale, de Satélite, Bonetto, de Los Cafres, y Martín Cueto (productor de los shows de Rico en Bs.As. entre otras cosas). Adelante, una docena de brasileños enloquecidos, entre ellos Bruno, responsable de Radiola, el sello que edita a Satélite en San Pablo; Luiz, ex Subtones, actual Trench Town Rockers; Tadeo, skaman, diseñador. Más allá, Muñe, diseñador de la página de Satélite y motor de Butumbaba. Arriba, en el VIP, los veo a Sebolla y Andrés, ex batería y bajo de Satélite (ahora en Ska Beat City, con los que acabo de grabar algo), Manolo, de Nuevas Raíces, Hugo, de Dancing Mood. Atrás, la gente de La De Dios; Dulces Diablitos; Nacho y Milton, sonidista y bajista de Satélite, y el Visón y el Mudo, bajo y batería de Sonora Brixton, Brixtonians y la próxima reencarnación de los mismos. Y Asprila y Skarcha, la marplatense Andrea y tantos, tantos más.
Es decir, antes siquiera que se levantara el telón, el clima era de fiesta total, de gran fiesta de amigos, conocidos y de gente a la que uno no conoce, pero admira o respeta, como poco, o que lo conoce a uno y lo saluda. Y esas cosas.
Estoy hablando de los shows de Skatalites en Buenos Aires, por supuesto. Y si la emoción (no exagero ni creo usar el término livianamente) ya era evidente a las 22:15, imaginen lo que pasó cuando empezó la tradicional cuenta regresiva de Freedom Sounds... A muchos de los que nombré, los vi abrazarse. A alguno lo vi manotear una lágrima en la oscuridad. De verdad.
Si estuvieron ahí, habrán notado, por ejemplo, un grupo de rude boys en el centro del salón armenio, gritando, saltando, bailando a más no poder. Bueno, esos tipos vinieron de Brasil especialmente para estos shows. Tuve el gusto de recibir a siete (!) de ellos en mi casa y de compartir bares con otros tantos (hasta un padre con su hijo!). Gente que lleva tatuado el nombre de esta banda...
Es raro, no? Cuando veo a las fans de Chayenne o como se escriba en la puerta del Sheraton, me parecen... Bueno, no les tengo mucha consideración. Pero cuando tengo estos otros casos de fanatismo bien cerca, no sólo los entiendo sino que simpatizo y hasta me conmuevo.
Claro, Doreen Shaffer no es Shakira. ¿Pero vieron cómo la ovacionaron? ¿Cómo se habrá sentido esta humilde señora, ya bien mayor, que apenas tendría idea de dónde estaba (supongo) y mucho menos sospecharía de cómo la iban a tratar? Muy fuerte...
Y verlo a Lloyd Knibbs tocar como si tuviera 20 años... Qué vergüenza para los que se quejan, se cansan, protestan, no quieren hacer esto o aquello, abandonan...
No hace falta que comente acá los temas que sonaron y quiénes eran los músicos ni si el PA era bueno o no. Lo que realmente fue noticia el fin de semana pasa por otro lado, por las caras de alegría, las sonrisas que vi y que la música me generó a mi también.
Tanto fue así, que el sábado, algunos de los que estuvimos en la armenia, nos reencontramos en un bar cercano y nos quedamos charlando, escuchando, bailando ska y demás hasta las 6 am, por lo menos. Personajes absolutamente diversos, que nos vemos tantas veces y casi nunca hablamos, terminamos en una especia de fiesta de egresados de la Academia Ska & Reggae (con alumnos de intercambio y todo). Increíble.
Déjenme procesar la información y los sentimientos, y quizás les cuente algo más en la próximas horas.
Al final era cierto. Todos esos textos sobre Lisboa, exageradamente poéticos, autocompasivos... Tenían razón de ser, hasta un punto... Leí varios antes de venir y me causaron gracia. Gracia y a la vez una leve indignación porque me molestaba tanta sensiblería cursi y, además, porque no me resultaban prácticos, para nada. Necesitaba saber a qué bar ir, no que me contaran qué tan inspiradora era esta fácil metáfora de ciudad. Pobre Pessoa.
Pero la verdad es que después de tres días en Lisboa siento que entré en clima, para bien, para mal o para más o menos. A pesar de que me resisto (dirás, sin éxito) a repetir el desacertado esquema pseudoliterario.
Entre los dos primeros días debo haber caminado seis, siete, más kilómetros. Buena parte del tiempo fui riéndome solo, calculo que de alegría, por lo mucho que me gustaba la ciudad. Tarareaba, por ejemplo, "O fado do fin de Edmundo") y me volvía a reir. Dediqué horas enteras a buscar azulejos y sacarles fotos (viejo, estoy laburando...), algo que sólo podés hacer en un mood especialmente optimista, casi dancing.
Me causaba más gracia todavía pensar que, con mi excelente humor, Lisboa era el paradigma urbanístico de la melancolía, con el lloroso fado como banda sonora oficial. Lisboa, ciudad triste. Capital mundial del bajón y la poesía ad hoc. Muy gracioso.
Pero, por alguna razón, esta mañana la cosa empezó a cambiar, fue oscureciendo. Al mediodía, ya estaba al borde del (moderado) ataque de pánico. Y a la tarde, temprano, ya era un autonominado controlador de calidad de Sagres, la cerveza local que más me gustó, ahogando incomprensibles penas de bar en bar.
Hubo dos disparadores aparentes. Uno, la noticia de un viaje que no tengo ganas de hacer, apenas termine este y otro con Satélite. Dos, el concierto que presencié anoche mientras me perdía a los Skatalites en el Luna Park. Un recital de Mariza, la reina del fado, la sucesora de Amalia Rodrigues, que cantó en el monumental Monasterio de los Jeronimos, en Belem, barrio célebre por unos pastelitos que cuestan 80 centavos de euro y valen un viaje de más del 500.
Mariza es una figura casi gótica. Flaca, pálida, forrada de negro, con el pelo blanco. Y con una voz... trascendente. Que en el surrealista patio del monasterio adquiría un tono divino. Especialmente en el momento que, ante 500 personas, le dio el micrófono a un asistente y siguió cantanto a capela. No sé nada de fado, pero con Mariza no quedan muchas dudas de qué va esta música. Si para la bossa la tristeza no tiene fin, el fado es entonces un romance mortuorio, sin tanta vuelta ni caipirinha. Es el fin.
Mientras los Skatalites hacían bailar a miles del otro lado de un montón de kilómetros de agua, Mariza nos dejó a todos mudos. A Rashia, la editora india que decía que conseguía harmonios por 50 dólares; a Kovaks, el funcionario húngaro con el que intenté hablar en ruso y fracasé miserablemente en la segunda oración.
El último momento de humor fue en la incomprensiblemente larga cola para el baño. Detrás mío estaba el tipo que inventó y factura millones con Expedia y otros emprendimientos internetísticos. Le dije "Mañana voy a poner un comment sobre esto en TripAdvisor" (que es suyo!). Y me contestó, con fingido tono de blogger novato: "¡Gracias! Cada entrada nos ayuda muchísimo!" Debe entrar un millón de personas al día en TripAdvisor. Cómo no me di cuenta que era el momento justo para proponerle intercambiar links.
Pero eso fue ayer, hace mucho, y hoy las cosas están así: Lisboa volvió a ser Lisboa, las agujas del reloj del portuario British Bar, frente a la plaza Duque da Terceira, corren alrevés, el saco ya es un trapo impresentable y vuelvo del baño y veo que dejé la billetera sola arriba de la mesa, junto a la lapicera y el bloc de "Turismo de Portugal", y por suerte sigue ahí.