Ahí la tienen, miren: la remera más cara del mundo. Hasta hace un rato, parecía sólo una más en el placard. Ni siquiera una más, sino una de las menos: en veinticuatro años de servicio apenas fue usada y lavada y planchada dos o tres veces y permaneció la mayor parte del tiempo relegada al estante de la ropa que por distintos motivos no se toca.
No es una referencia de las líneas sport de Ermenegildo Zegna o Armani, ni una creación de algún gurú del diseño indie. Sólo una típica remera negra, común y corriente, que a simple vista no dice gran cosa: apenas “The Cramps”, en el frente, y “1990”, más un listado de ciudades norteamericanas, en la espalda.
Raro que recuerde justo cuándo compré cada remera, pero con esta es fácil: lleva estampado el mencionado año y el detalle de la gira que los legendarios The Cramps (1976-2009) emprendieron entonces por los Estados Unidos. Al frente, claro, va el logo del grupo, en una especie de goma verde flúo, estruendoso como su música, arriba del dibujo de una chica mala en bikini apuntando con una ametralladora vintage. Genuino material Cramp.
Fue adquirida en Washington DC, eso seguro. En plena era Bush padre y durante la guerra en Irak. Un par de meses después que el alcalde local, Marion Barry, negro como esta remera de los Cramps, fuera detenido por agentes del FBI mientras fumaba crack con una puta en un cuarto de hotel a pasos de su despacho y de la Casa Blanca. DC era un quilombo difícil de dimensionar, a la distancia, si se piensa en esta ciudad sólo como el corazón administrativo del Evil Empire.
La remera no puede haber costado más de diez, doce dólares, el estándar para este tipo de artículos en su momento. Hoy, señoras, señores, cotiza en eBay a… ¡750 dólares! Eso, amigos, la convierte (sin rivales siquiera cercanos) en la mejor inversión que haya realizado en toda mi vida (una vida signada por los malos negocios), con un rendimiento total del 7400 por ciento, es decir un 308,3 por ciento anual. ¿La burbuja inmobiliaria? ¿El boom de las punto com? Un vuelto. La posta, en las últimas tres décadas, estuvo en las remeras de los Cramps. El que apuesta al psychobilly gana.
Porque Los Cramps, una de las bandas más extrañas del planeta, fueron los padres del psychobilly, desviación extrema del viejo y querido rockabilly, el rock and roll clásico y rústico. Liderados por el vocalista Lux Interior y la guitarrista Poison Ivy, inverosímil matrimonio salido de un cómic, mezclaban rockabilly y garage sesentero con irreverencia punk, estética de cine clase B, imaginería de pulp fiction y otras maravillas. Sexo (bizarro), drogas (pesadas) y rock and roll (salvaje). Con el condimento extra, la connotación xxx, que a todo esto le sumaba una pareja enfundada en látex, tacos altos para él, cuernitos diabólicos para ella… Lux, con su cara filosa, la cruza exacta de Frankenstein e Iggy Pop. Poison, como la stripper que se inventó su numerito hot con una Les Paul.
La de Ivy y Lux es una de las historias de amor más tiernas del rock, lo que resulta particularmente interesante porque, en verdad, los Cramps eran unos animales salvajes. Pero también eran súper cultos a su modo. Interior y Ivy, obsesionados con las sobras vergonzantes del Sueño Americano, eran conocidos por coleccionar enfermizamente vinilos raros y estudiar con dedicación las implicancias ocultas en todo tipo de artefactos culturales pop. No por nada la pareja merece el primer capítulo de “Incredibly Strange Music” (ReSearch, 1996), enorme libro acerca de las más extrañas colecciones de discos en el mundo.
En 1990, entonces, los Cramps giraban para presentar el disco “Stay Sick” y llegaron a Washington DC. “Stay Sick” lo había comprado en cassette para poder escucharlo en el auto. No era de lo mejor, los Cramps sonaban a esa altura quizás demasiado concientes de sí mismos, demasiado esforzados por ser… Cramps. Quizás pasaban por una crisis matrimonial. O por ahí era un intento por pegarla cuando el rock alternativo empezaba a hacerse un espacio en las góndolas del mainstream, a pocos meses de la explosión Sub Pop-grunge-Nirvana. Si esa fue la intención, no anduvo. Porque para los Cramps el éxito era genéticamente ajeno. Eran freaks, no se hacían.
En DC, tocaron en el Lisner Auditorium, de la Universidad George Washington, junto a la estación de metro (línea naranja) Foggy Bottom, con sus interminables escaleras mecánicas, que parecen capaces de transportarte a la baulera del infierno. Pero hasta ahí llegué, no al infierno sino al Lisner, para ver finalmente en directo a estos tipos, po runa entrada de 20 dólares. Tantas veces había contemplado sus discos en el Tower de Leesburg Pike, sobre todo “Bad Music For Bad People”, que vaya a saber por qué nunca compré, con su dibujo de un Elvis-zombie sobre ese fondo amarillo.
Abrieron la noche unos que creo se llamaban Date Bait, obvios fans del “horror rock” a la Cramps, aunque en un plan más punkrockero. Al cantante lo trasladaron hasta el escenario metido en un ataúd, tipo Screaming Jay Hawkins, el auténtico padrino de todos estos estos monsters of rock.
Después, sí, fue el turno de los psychorockers. Pero, la verdad, el Lisner, una prolija sala tipo cine moderno, con butacas fijas platea en plano inclinado y alfombra beige sin una sola quemadura de cigarrillo, no era para ellos; no era lugar para los fuertes. Arrancaron con todo y los fans les siguieron el paso por unos cuantos temas, incluyendo el single del disco “Chicas en bikini con ametralladoras”. Pero de a poco la distancia entre escena y audiencia se hizo insalvable y la frialdad del Lisner se impuso. A veces, los músicos, el sonido, el público… todo puede estar bien. Pero la propuesta y el ambiente son incompatibles, como una horda de psychobillys y un auditorio universitario demasiado correcto.
Lo frustrado que se habrá sentido Lux Interior, célebre por su peligroso despliegue escénico. Quizás justamente por eso, en su homenaje, aquella noche me compré la remera oficial del tour 1990 de los Cramps. Algo ajustada para talle L, negra y, en el frente, con dibujo en brillantes colores de la mismísima Poison Ivy, en atuendo burlesque y a los tiros. Detrás, el itinerario con 43 fechas, de costa a costa. Lux murió en 2009 y Poison, muy triste, ya no volvió a tocar, al menos hasta donde yo sé.