"Sandinista!" es, si me preguntan (cosa que a nadie jamás se le ocurrió hacer), el disco más importante en la historia del rock. O sea el disco más importante. EL disco.
Ahora, ¿merece semejante título por su carácter radicalmente innovador? La verdad, no. ¿Cambió el mundo con solo girar a 33 rpm? Mucho menos. ¿Marcó un antes y un después insoslayables? No diría eso. ¿Es un disco que nadie debería dejar de tener? Ey, bueno, no necesariamente.
A “Sandinista!” ni siquiera lo rankeo como el mejor disco de The Clash. ¿Entonces? Entonces todo pasa más bien por algunas cuestiones emotivas. Para empezar, por el tiempo, la atención y la energía que le dediqué allá por 1989, cuando compré el vinilo versión norteamericana alguna tarde gris después del colegio. Nueve años después de editado (diciembre, 1980), cinco o seis después de que la banda se separara irreversiblemente para nunca jamás estropear su leyenda con una de esas lastimosas giras reunión.
Por aquellas, cinco años parecían muchísimo tiempo. Hoy, suenan a un vuelto y es lo que infinidad de grupos demoran en grabar material nuevo. A todos esos, los Clash se los desayunarían con huevos y salchichas. Miren, por ejemplo: en un mismo año, los Cuatro Jinetes del Apocalipso Now sacaron “London Calling” (en verdad, un toque antes, 14 de diciembre de 1979) y “Sandinista!”, doble y triple respectivamente. Leyeron bien, pero repitamos: un disco doble y un disco triple, cinco putos vinilos llenos de canciones brillantes, ideas, hallazgos, instrumentos, géneros, intentos, citas, inspiración. Y, por las dudas, editaron también el mismo año “Black Market Clash” (sólo en Estados Unidos), otro disquito con lados B y versiones dub. Total: 64 tracks en doce meses. La mayoría de las bandas se toma más de una década para lo mismo, si llegan y si es que alguna multinacional les pone la suficiente plata.
Hasta la tapa de “Sandinista!” me gusta más que las otras muy afiladas tapas de The Clash (incluso el musicalmente flojo "Cut The Crap" lucía un buen diseño). Porque la foto en blanco y negro de “Sandinista!” es la mejor foto de formación de rock, desde la más cándida mirada del músico como Gran Héroe Juvenil Disfuncional Moderno, en una galería que iría de Elvis a Peter Tosh, pasando por Johnny Cash (haciendo fuck you), Johnny Thunders, Iggy Pop y, quién dice, Eminem. Ahí los cuatro Clash están perfectos, en su pose guerrilla-rocker-internacionalista, desde ese callejón medio neoyorquino, medio londinense, igual que la ecléctica música que resuena desde cada surco. Joe Strummer parece a punto de embocar una molotov. A Jones se lo ve como si acabara de birlarle el casco a un milico desprevenido. Paul Simonon es James Dean con Doc Marterns y Topper Headon, un gángster. El suelo es de adoquines húmedos y contra la pared de fondo, de ladrillos a la vista y cañerías industriales, se apoya algo que podría ser un radio con la antena extendida, listo para comunicar algún mensaje urgente; un detalle encriptado.
Entiendo que la foto de “London Calling”, con Simonon reventando su bajo Fender Precision contra el escenario del Palladium, en Nueva York, es técnicamente superior y ha sido universalmente aclamada, pero... “Sandinista!” es mi favorita.
Casi junto con el vinilo, compré entonces una remera blanca con los cuatro músicos en negro y una estrella, como las de la tapa de “Sandinista!”, en rojo. Solía usarla bajo una campera de cuero a la que le pegué otra estrella colorada sobre la manga izquierda, por si quedaban dudas. Una tarde, camino a Tower Records, para variar, me paró en la calle un tipo de sobretodo, de unos sesenta años. Resultó ser un inmigrante ruso que nada sabía de los Clash. “¿Qué hacés usando esa estrella roja? ¿Acaso entendés qué significa?”, dijo ofendidísimo, incrédulo y repentinamente agitado.
3293 caracteres después, la música. La acción transcurre en el cuarto de un adolescente, suburbios de Washington DC, discoteca aún en formación con pequeñas y desordenadas dosis random de punk, hardcore, ska, reggae, "college rock", dark, industrial, rockabilly, surf y muchos etcéteras, pero nada de información sobre la causa nicaragüense. Música rápida para digerir las lentitudes de la vida.
De pronto, se materializa este sobre oscuro. La expectativa, por los antecedentes, es descubrir otra obra fundamental del punk rock. Pero cuando la púa acaricia los primeros andariveles vinílicos del lado 1, lo que suena es otro asunto bien distinto: "The Magnificent Seven", un funk medio rapeado, con una vocación de pista casi antagónica a los preceptos sagrados de Londres '77. Después, viene "Hitsville UK", una extraña cruza de soul con folk inglés bien sintetizada en el título, donde ni siquiera se distinguen las voces de Strummer o Jones. Y luego sigue "Junco Partner", un reggae sin atenuantes (bien negro). Y "Ivan Meets GI Joe", otro súper funk. Y un rockabilly, "The Leader".
Así vamos y todavía no terminó el primer lado… ¡de seis! Se irá apilando mucho dub, music hall, pop, calipso, Clash-rock, Clash-pop, gospel y hasta música infantil.
La lista de géneros es impresionante. Aunque tirar un montón de estilos en una bolsa no sea necesariamente meritorio. Lo notable del caso "Sandinista!" es lo bien que suenan esos géneros, la profundidad (esta palabra es muy importante) del sonido de cada uno de esos tracks, con mención especial para la batería del Clash menos valorado: Headon. Hoy, 35 años después, la ensalada genérica es corriente. Pero a principios de los 80 era algo sencillamente inédito y hasta poco recomendable.
En cada disco, pero sobre todo en “Sandinista!”, los Clash funcionaban como esos hermanos mayores y melómanos que les pasan música a los más chicos, que los educan. “Sandinista!” es una universidad, un gran centro cultural con distintas salas entre las que se puede entrar y salir para asistir a diferentes cátedras. Tiene algo de enciclopedia, pero nada de pastiche. Es más cosmopolita que ecléctico.
La toma regresa a la habitación adolescente. "Sandinista!" es una bomba. Estos tres luminosos vinilos no cambiarían la historia del rock (de hecho entiendo que no les fue muy bien en ventas), pero definitivamente ampliarían ciertos límites en muchas discotecas. "Sandinista!" tiene ese poder; estalla y abre otros rumbos para todos lados. Dice, por ejemplo, contra los preceptos de la buena conciencia punk, que sí se podía escuchar funk. Un par de años antes, Jones y Strummer (Les Paul y Telecaster, respectivamente) estaban dando guitarrazos a diestra y siniestra, de manera gloriosa. Y ahora, con idéntica aptitud, tocaban música disco.
Jamás sostuve en mis manos el librito interno (el fanzine Armaggedeon Times 3) con letras y créditos, que sí incluían otras ediciones. No la mía: sólo tenía para mirar la foto de tapa con los cuatro Clash-superhéroes. Del reverso, los títulos de los 36 temas. Nada más. El resto, librado a la imaginación. Había que apoyar la púa y escuchar, tirado en la cama, especular sobre cómo habrían hecho esto o aquello, quién cantaría en tal tema o quién metería teclados en tal otro. Una cata a ciegas.
Se suele decir que “Sandinista!” sería mucho mejor si simplemente se hubieran elegido los diez o doce tracks más fuertes para redondear un único disco en lugar de tres. Quizás sea cierto. Pero esa actitud desmesurada de publicarlo "todo", esa edición tan exagerada o no-edición, convirtió a “Sandinista!” en una especie de "gran paquete", de acontecimiento, al que se le debía una atención especial. De haber sido uno solo, hubiera “funcionado” mejor en las disquerías, seguro. Pero parece evidente que los Clash, según su sello, CBS, “la única banda que importa”, tenían el impulso (fogoneado por algunas convicciones y cierta soberbia) de decir mucho más. “Sandinista!” no es genial porque “Police On My Back” o “Washington Bullets” o “Somebody Got Murdered” sean canciones perfectas. La misión trascendente, eso que parecen estar esperando los cuatro músicos en el callejón de la tapa, no era sacar un disco de Clash; la misión era "hacer" ¡Clash!
¿Sabrán que lo lograron, a pesar de las críticas y hasta burlas que recibió el disco? ¿Estarán satisfechos, al menos los tres que sobrevivieron a Strummer? ¿Hasta qué punto serán concientes de haber participado en ese momento irrepetible en el que un adolescente llega a su casa, solo, cierra la puerta de la habitación, rompe el envoltorio, saca de su sobre el disco de plástico negro, lo pone en la bandeja, empieza a escuchar y ya nunca más vuelve a ser el mismo?
Uno de los quince se llama Gustavo, le dicen Visón y toca el bajo. Es el más concentrado y probablemente el más eufórico. Pero sólo él sabe lo que le pasa por la cabeza en ese instante.
Abajo, había bastante gente, sin agotar la capacidad de Niceto, pero una muy buena cantidad de público para una figura no tan conocida acá como Susan Cadogan. Buena sorpresa se llevaron lo que no la habían visto nunca en acción, con su repertorio de reggae y soul, mucho soul, muy setentoso, sus juegos escénicos, su personaje sexy. Difícil elegir un tema, pero “Hurts So Good”, el hit más reconocible de Susan, estuvo ahí arriba, previsiblemente. En cambio “Its a Shame” fue la revelación, cantado a dúo con el increíble Waldo, tecladista de The Crabs. También estuvo como invitado Rey Gabriel, haciendo para Susan un “Ken Boothe” antológico. “Breakfast in Bed” fue otra que muchos nos quedamos tarareando por lo menos hasta dos días después.
Se buscó un buen lugar donde vivir: un departamento mínimo en el Copan, el mayor edificio residencial de América latina, icono total del decadente, áspero centro paulista, inspirado precisamente en el modernismo más gris de Manhattan. Uno de los proyectos menos valorados y probablemente más discutibles de Oscar Niemeyer, el indiscutido arquitecto carioca, cerebro y tablero detrás de Brasilia; fallecido en 2012 a los ¡104 años!
La segunda vez que visitó esta ciudad fue en 2007. Hizo un par de shows, ya sin Manu Chao, con una banda de músicos de Satélite Kingston, Me Darás Mil Hijos, Pequeña Orquesta Reincidentes y Los Cocineros. El show de Niceto estuvo especialmente bueno. Yo toqué el piano y ahora volveré a hacerlo. Hubo que aprenderse o reaprenderse, según el caso, como veinte canciones. Algunas muy bonitas.
Pero no volvemos. Tonino y Simone acaban la faena. Si los dejan, siguen toda la noche y los demás los acompañamos hasta el mismo infierno, si es que en el infierno hay bebidas frías y todo lo demás.
Para mi, empezó en diciembre. No sé si lo leí o me dijeron o me llamaron. No estaba muy confirmado pero la noticia era que The Specials tocaba en el Lollapalooza de Chile y no en el de Argentina, para el que mi hijo me había pedido entradas apenas se comenzaron a vender. Empecé a preguntar y efectivamente era así. Qué oportunidad, no podía dejarla pasar, no podía especular ni un segundo si iban finalmente a venir o no. Después de pensarlo dos días, decidí ir, sin preguntar, sin nada. Dije "me voy" y punto. Si venían acá los vería dos veces y ya.
En el afán de hacerlo lo más barato posible estuve dos días intentando sacar entradas por internet con un rut chileno, tarjeta argentina y un descuento del 20% por VTR, hasta que el sistema me ganó y terminé sacando la que me vendieron, que resultó salada para nuestros bolsillos. Cerré el viaje en diciembre, listo, me voy.
Sábado a la noche, organización del gran Chavi mediante whatsapp o internet, todos cansados y medio a regañadientes algunos subimos al auto y fuimos a la zona de Bellavista, en la esquina citada (restaurant Galindo) empezaron a caer personajes, conocidos y conocidos de conocidos, terminamos 12 o 14 cenando en un restaurant mejicano, con Sabina y otros famosos. Momento de gloria número tres … una cena a recordar. De ahí la comitiva caminó unas cuadras por esa especie de San Telmo chileno hasta el bar reggae de uno de los Gondwana, donde nos convidaron cervezas a granel y pudimos interiorizarnos del movimiento nocturno santiaguino.