Bueno, basta de levantar cables de agencias de noticias y fotos de Google Images. Basta de rankings sin mayor producción que mirar la propia discoteca. A trabajar: ahora también producimos nuestra propias entrevistas. O algo así. En este caso, una charla exclusiva (??) con el argentino Silvestre Jacobi, de 28 años, director de "Roots Time", película absolutamente artesanal filmada en Jamaica, con rastafaris no-actores, y por un gran equipo de... dos personas! "Roots time" se estrena este jueves en Buenos Aires y promete sumarse a la lista de clásicos del cine-reggae como "The Harder the come", "Rockers" o "Dancehall queen". Para empezar, se editará en Japón. Y saldrá en DVD con un documental sobre el rastafarismo y otro sobre el "making of" de la misma película, además de la edición aparte de la banda de sonido, que mezcla temas jamaiquinos (inéditos, creo) y temas "incidentales" grabados en Argentina por músicos que ud seguramente conocen (el (gran) Mono y Dread Mar I, entre otros).
La película sigue el camino de dos rastas por Jamaica abordo del Roots Time, un coche de los años cincuenta que funciona como disquería ambulante. Pero lo verdaderamente increible, la auténtica historia, está detrás de escena, especialmente para quienes les intersa Jamaica, la isla y su gente.
Silvestre es un tipo tranquilo, pero evidentemente con mucha capacidad para lograr lo que quiere. No lo conocía antes de charlar con él y grabar esto, que me pareció interesante para ud., que seguramente van a querer ver la película:
"Venía haciendo documentales desde hace tiempo en el Caribe, con quechuas en el Altiplano, con el candombe en Uruguay. Siempre me gustó mucho viajar y conocer distintas culturas y después mostrarlas, especialmente a partir de trabajar con MiniDV, que resulta más barato. Hasta que con Sebastián Iriart nos propusimos el gran experimento: meternos en otra cultura, pero para hacer ficción, y al mismo tiempo grabar un documental sobre cómo se realizó esa ficción y finalmente producir también un documental sobre esa cultura que estábamos retratando. Y el reggae y Jamaica nos llamaban mucho la atención para un proyecto así, porque tienen por un lado lo cultural, profundo, y por otro el color, la música que se difundió por todo el mundo.
-¿Dónde estabas entonces?
-Estudiaba cine en Nueva York. Ahí armamos este pequeño equipo con Sebastián, al que después se sumaría por algunos días otro argentino, Hassen Balut.
Originalmente queríamos hacer tres historias: una en Trinidad y Tobago, otra en Jamaica y otra en Africa, como para cerrar un círculo. Un plan muy ambicioso. Llegamos a filmar la parte de Tobago se hizo, pero cuando llegamos a Jamaica nos encontramos con personajes tan ricos que todo quedó ahí, en esa única película.
-¿Ya habías viajado a Jamaica?
-Nunca. Ni tenía ningún contacto. Aterrizamos en Kingston como unos paracaidistas, pero con dos cámaras digitales, una notebook, trípodes, luces… Así que dejamos todo en un hotel y fuimos a conseguir una casita barata para alquilar, para pasar el equipo ahí, cerrar con llave y viajar dos semanas por toda la isla, terminar de pulir el guión, buscar personajes y locaciones...
Tuvimos suerte porque llegamos justo antes del 23 de julio, el Día de Haile Selassie, el gran líder de los rastas, pro lo que había todo tipo de celebraciones. Por ejemplo, en la Universidad de las West Indies se llevaba a cabo un encuentro de las tres grandes casas de los rastas: los nyabinghi, los bobo ashanti y las 12 Tribus de Israel, que se reunían a discutir sobre la unificación., mediante la Rastafarian Central Organization, que es la entidad que intenta coordinar a estas facciones con diferentes ideas. De ahí surgieron un montón de puntas y contactos. Ahí conocimos a Jah Bull, uno de los protagonistas de la película, y a una banda de reggae que nos conseguiría la casa que finalmente sería base de operaciones. Porque la seguridad es todo un tema enKingston. Cuando les contamos dónde habíamos alquilado la primera casa nos dijeron que era una locura quedarnos ahí... Como te decía, tuvimos suerte y también un grupo de gente que nos protegió, pibes jóvenes, a los que les llamaba la atención que fuéramos rubios pero no gringosm que viniéramos de Sudamérica, de donde era el Che Guevara, esas cosas... Por ahí al típico mochilero europeo le resultaría más difícil. se la ve más difícil.
-En un lugar con fama de complicado...
-Hay que ir tranquilo, con perfil bajo. Nosotros, por ejemplo, nos dejamos la barba, tratamos de no llamar mucho la atención, aunque eso sea algo difícil para un blanco en Jamaica. Pero hay distintos rastas. En ese mismo grupo conocí a Farmer Roots, que también actuó y que era un rasta más complicado, más de la calle. Tenía una pelota en un brazo porque le habían pegado un tiro y andaba todo el día con un machete de este tamaño. Pero nos entendimos bien y gracias a él nos pudimos meter en los barrios bajos. Estoy hablando de Kingston, que es el lugar más peligroso, donde hay hasta toques de queda cuando combaten la policía y los narcos. Sebastián una vez quedó en medio de un tiroteo... Pero al salir de Kingston el panorama y la gente son otros.
Dejamos los equipos y salimos a recorrer la isla: Nine Miles (donde nació Marley), muchos pueblos del interior, Montego Bay... Aunque sabíamos que la historia pasaría más por el interior que por la playa, así que no exploramos mucho la zona de Montego, donde se concentra el turismo. Por ejemplo, en un pueblito llamado Wait a Bit, que es como decir esperá un cachito en inglés, encontramos Babu, que plantaba sus papas ahí.
-¿Cómo sumaban a la gente a la caravana?
-Había que ir de a poco. Antes que contarles de tu película, tenías que dejar que te conocieran a vos y de donde venís. Los tipos son muy perceptivos. Se dan cuenta si les decís la verdad o no. Después, sí, les podías hablar de proyectos o guiones. Entonces tenés que transmitirle que finalmente vas a ser una herramienta para que su mensaje. Afortunadamente la rasta es una cultura extrovertida, que trata todo el tiempo de expandirse.
-Aunque conozco gente que viajó a Jamaica como rasta y que volvió un poco descepcionada...
-Es una locura decirle a un negro jamaiquino que sos rasta. Para ellos hay dos premisas fundamentales para ser rasta: que te sientas africano y que quieras volver a Africa. Si bien admiro mucho algunas cualidades de la cultura rasta y trato de transimitirlas, nunca se me ocurriría decirle a alguien que soy rasta…
Dicho esto, en cada grupo rasta te tratan diferente. Por ejemplo, convivimos seis días con los Bobo Ashanti, que serían los más ortodoxos. Viven en la montaña que les donó el príncipe Emanuel, el elegido de Selassie. Se levantan a las 3 y rezan hasta las 11... Nos dejaron filmar todo gracias a una punta que conseguimos en la Universidad de las West Indies. Si no, no entrás ni loco. Tuvimos que ir a una comisaría cercana, llamarlos por teléfono (¡por suerte usan celular!) para que nos vivieran a buscar y nos escoltaran. A su vez, en esa montaña también estaban divididos en tres sectores: el nuestrom de apenas unas quince personas, otro de unas 500 y otro de unas 50. Tienen casitas de madera muy humildes, huertas, y fabrican cosas, como escobas, para vender.
-¿Alguna situación violenta?
-Cuando estuvimos con otro grupo, los nyabinghis, los rastas más combativos. Presenciamos una de sus ceremonias de tambores, que evocan el latido del corazón, y nos tiraban frases en la cara como ¡Quemen al imperio blanco! ¡Quemen al Jesús blanco! Más que nada los jóvenes, no los viejos, que sólo te observaban como más a la distancia. En un momento se acercó una especie de líder que nos dijo: Miren, acá mucha gente nos los va a recibir bien, pero si se quieren quedar, tienen su parcela para instalar la carpa. Yo quería que el final de la película mostrara una ceremonia nyabighi, así que aunque no pudiera filmar, iba a registrar el momento en la mente. Había fuego y unos quinchos octogonales y todos estaban vestidos con túnicas blancas y fajas con los tres colores típicos, rojo, verde y amarillo… Nosotros nos quedmoas ahí sentados, con la mirada baja sin contestar jamás. Pero a Sebastián se le acercó uno, le arrancó un aro de la oreja y le pegó una piña diciendo "¡Acá no se usan aros!" Eso generó toda una discusión entre ellos porque finalmente, radicales o no, los rastas quieren la paz. Pero, bueno, la presencia de dos blancos les generaba contradicciones.
Ahí fue también que conocimos al otro protagonista de la película, Babu, que al ver que no nos trataban muy bien nos propuso ir a su pueblo, donde íbamos a encontrar rastas que nos ayudarían. Babu era súper humilde, introvertido y colgado. Y no le importaba si eras blanco o amarillo. Así que terminamos en su casa, totalmente desconectada de esa realidad violenta de Jamaica. Nos trato increíblemente bien.
Después de dos semanas de viajar volvimos a Kingston. Nos faltaba resolver varias cosas. Se nos había hecho difícil conseguir actrices porque no les gusta nada que la mujeres estén en contacto con el hombre blanco. Si las ven por la calle con un blanco las tratan de prostitutas… También debíamos conseguir el auto. En las afueras de Kingston un viejito nos alquiló este Hillman de los años cincuenta que no tuvo problema en que lo pintáramos con todos los símbolos de la cultura rasta. Andaba perfecto… aunque había que ponerle agua casa cada vez que lo arrancabas.
En Jamaica no había otro auto así y de algún modo nos ayudó a que la gente nos creyera. Cuando íbamos por el interior, todo el mundo se nos acercaba y siempre teníamos un grupo de chicos corriendo detrás. Por otro lado, en cada pueblo consumíamos comida y alojamiento, de alguna manera llevábamos trabajo, así que eso era bienvenido.
También necesitamos un tiempo para entrenar el oído al patoise. Al principio no entendía nada. Pensá que es un dialecto inventado para que los ingeleses no lo entiendan. Había que pedir que te repitieran mil veces cada cosa. A las dos, tres semanas, comprendía el 80 por ciento.
Ibamos con un taxi, medio como una van, y con el Hillman, al que le cargábamos todos los equipos. Filmamos en Nini Miles, Kingston, el pueblito de Baboo y por los caminos.
-¿Los diálogos seguían un guión?
-Improvisamos sobre lo escrito, con pautas de tiempo y acción y consignas básicas. Es que no trabajamos con actores. ¡Baboo ni siquiera había visto nunca una película! Creo que tomó conciencia cuando le mandé el DVD. Habrá dicho "Ah, era eso..."
El primer pueblito donde filmamos fue Wait a Bit. Ahí fueron las escenas más difíciles porque recién los actores se estaban relajando. Jah Bull y Baboo no se conocían. Y, aunque parezcan compinches, les costó tener buena onda. Pensá que yo me los llevé de donde vivían a dar vueltas conmigo por Jamiaca un mes y medio. Así que hubo que hacer un trabajo psicológico cuando al mes ya todos se querían ir. Había que convencerlos de que faltaba un poco más, las últimas escenas, lograr que se lleven bien entre ellos. Baboo por ejemplo es un rasta más ingenuo, naive. Y Jah Bull es más combativo, como se los ve en la película. Por ahí a Baboo lo oprimían un poco… Yo trataba de generar un espíritu de camaradería, de que vivieran que estaban haciendo algo bueno…
-También era la primera vez para vos...
-Claro, el primer largo, un desafío grande en una cultura totalmente ajena. Pero por suerte de a poco se metieron con el proyecto e hicieron mucho esfuerzos en situaciones difíciles…
-¿Ocurrió algo que hiciera cambiar los planes sobre la marcha?
-Muchismas cosas. Por ejemplo, hay una escena con un chanco que no quedó el película porque para ellos son animales casi diabolicos. Un rasta casi no te tocaría si acabás de comer chancho. Sabía que era así, pero me parecía bueno para el conflicto del film que alguien entrara en el auto con un chancho. Ellos al principio lo aceptaron, pero al momento de filmar, la presión de la gente que miraba, los hizo amotinarse y dijeron "no más". Casi me cuesta la película esa escena. Fue la única vez que me enojé mucho. En ese momento todo estaba un poco raro porque Sebastián y yo nos habíamos infectado con algo y nos habían salido unas ronchas en las piernas. Por suerte con unas plantas de aloé vera eso se calmó y no tuvimos que suspender el rodaje para ir al hospital…
-¿Más personajes?
-Cuando le alquilé a un político los altoparlantes para el auto, conocí a uno de sus asistentes, Robert, que era un personaje increíble, con un solo detalle: estaba loco. Lo tomamos para un papel. El tipo vivía en Trenchtown, la villa donde creció Marley, y un día me llamó desde un hospital: "Silvestre, voy a poder actuar" "¿Sí, claro, pero por qué me lo decís? ¿Qué pasa?", le preguntaba y repetía que iba a poder actuar.¡ Su hijo le había pegado un tiro en una mano! Así que fui a buscarlo al hospital, a hablar con los médicos, e estar con él…
Cuando traje a Robert opté por no instalarlo con los demás, sino conmigo. Un día salimos a filmar y él se queda. Cuando volvemos a la casa a la noche me dice, feliz: "Mirá cómo te dejé la cámara, mirá lo limpita que está." Había olor a aceite... ¡La había limpiado con WD40! No pude arreglarla hasta volver a Buenos Aires.
-Hablemos de la música...
La música fue otro tema: conseguir los derechos de las canciones, firmar los contratos… No es fácil tratar con un rasta, que está al margen de todo, y pedirle: "Tenés que clavar un gancho acá…"
Farmer Roots funcionó un poco como productor porque me podía llevar a los barrios bajos y donde él ensayaba con su banda. Ahí, en un radio de cuatro cuadras vivían todos los Mystic Revelation of Rastafari, con los que hicimos una escena. Obviamente a todos les tenía que pagar un fee, aunque con algunos arreglé incluso mandarles plata después si la película va bien…
Otra parte de la música se hizo acá con Nicolás Sorín, que es hijo de Carlos, el cineasta, y que es un gran músico. Enl nunca había hecho reggae, pero juntó a unos cuantos músicos de buenas bandas para grabar los temas incidentales para ciertos climas. En cambio, las canciones las traje de allá. Ahora editamos el soundtrack para acompañar el estreno de la película.
-¿Sos fan del reggae?
La verdad que no hice la película desde ese lugar. Me gusta, pero también me gustan otras músicas del mundo. Eso sí, ruve la suerte de que el reggae le gustara mucho a mi viejo de chico; él me mostró Marley, Tosh... El mismo fue quien nos incentivó a mí y mi hermano a viajar: recorrió todo Estados Unidos en moto, vivió por todos lados...
La idea fue filmar una historia atemporal, que la película pudiera haber sido hecha en los 50. De hecho hoy Jamaica no es como se ve en la película, tan roots. La influencia nortemaericana está por todos lados. Pero yo no quería mostrar que estábamos en el año 2003, noq uería carteles ni referencias del momento en el que estamabmos filmando. Cosa que en el interior de jamaica no es tan difícil... hasta para el tema del vestuario me metí en sus roperos y les decía por qué no ten ponés esto? Y no sólo de los cuatro actores principales, sino de cómo cincuenta extras, con los que había que arreglar el contrato y hasta hacerles las túnicas blancas de la escena final…
Jah Bull, en cambio, murió pro una enfermedad pulmonar, pero se la mandamos a la familia. Es bastante difícil comunciarse a con Jamaica, a veces hay que probar un día entero… Me hubiera encantado volver y ver la pelíula con ellos, pero no tuve plata. Todo lo invertí para terminar la película ya que en la posproducción fue lo más caro. En Jamaica hicimos todo con dos mangos, durmiendo en carpa, con parte del equipo prestado (por el director de Dancehall Queen)... La próxima vez me gustaría trabajar con más preporducción.
-Lo que pasa es que si hubieras encarado una preproducción más seria simplemente te hubieran dicho que todo esto era imposible…
-Es que si lo pensás mucho este proyecto directamente no lo hacés… Tenés que tener mucha convicción y ser un poquito inconciente…