Hoy hubo elecciones presidenciales en Colombia. Se impuso el candidato uribista, Santos, pero no le alcanzaron los votos para evitar la segunda vuelta. Así que habrá balotage con el segundo más votado, el ex alcalde de Bogotá y líder del partido verde Antanas Mockus (en la fórmula, con otro tipo muy interesante, Fajardo, el ex alcalde de Medellín).
Intelectual de origen lituano, matemático de larga carrera docente, convencido del progreso por la educación (incluso ante problemas como el de la guerrilla), Mockus es el único político al que conocí e inmediatamente pensé: "yo votaría por este tipo. Es más, quizás hasta trabajaría para él". Lo entrevisté en 2001 y descubrí un personaje notable, de una inteligencia muy, pero muy rara. No imaginaba que casi una década después estaría tan cerca de la presidencia (aunque, la verdad, la cosa parece difícil...). Mockus dice: "la política es la acción pedagógica en su escala máxima".
Como los imagino tan apolíticos como yo mismo, les recomiendo especialmente prestar atención a Mockus. Quizás los haga, como a mi, imaginar un futuro mejor, incluso en la gestión pública.
Esta es la entrevista que salió aquella vez.
ANTANAS MOCKUS, UN POLITICO NADA ORTODOXO
BOGOTA.- La entrada del actual alcalde de esta ciudad, Antanas Mockus, en la arena política colombiana no fue nada ortodoxa. Un buen día de 1993, cuando el hijo de inmigrantes lituanos era rector de la Universidad Nacional de Colombia, todo el país le conoció un costado que muy pocos dirigentes se han atrevido a exhibir: ante un grupo de bulliciosos estudiantes de arte que no querían escucharlo, Mockus se bajó los pantalones y les mostró sus partes traseras.
Resultado inmediato: silencio, los estudiantes con la boca abierta, y un mensaje en el aire, una señal de que aquí algo cambiaba. A los pocos días, no obstante, tras la emisión del oportuno video en distintos noticieros, Mockus fue desplazado de su puesto.
Desde entonces, este filósofo y matemático fue visto como, además de un loco divertido, un candidato independiente capaz de enfrentar el tradicional bipartidismo colombiano.
En 1995, de hecho, ganó la alcaldía de esta urbe a 2600 metros sobre el nivel del mar. Y se entusiasmó: a los dos años, animado por su creciente popularidad, renunció ocho meses antes de culminar su período para presentarse como candidato a presidente en las próximas elecciones. No obstante, luego formaría una coalición y correría sólo por la vicepresidencia.
Perdió, pero Bogotá le daría una segunda oportunidad. Tras ganar los comicios de octubre último y pedir perdón por su anterior abandono en una especie de rito aborigen, asumió nuevamente en lo que se considera el segundo cargo político más importante de su país. Aunque, al recibir a La Nación en su despacho en el barrio de La Candelaria, Mockus, de 49 años, desmienta esto último: "Esos son conceptos muy relativos, adornos...", dice con un susurro impasible.
Su actual gestión logró un temprano eco internacional gracias a una curiosa medida: la reglamentación, en marzo último, de la noche de las mujeres y la noche de los hombres, dos jornadas en las que alternativamente las calles capitalinas fueron terreno exclusivo de uno y otro sexo. "Cuando uno estudia los temas de seguridad urbana -explica Mockus, después de la experiencia- descubre que hay unas diferencias por género muy marcadas. En Bogotá, las mujeres son siete veces menos violentas y como catorce veces menos vulnerables que los hombres. Por otro lado, en cualquier ciudad del mundo, el predominio de mujeres en las calles por la noche da la sensación de seguridad. Además quisimos recuperar la calle como espacio público de expresión y, de paso, homenajear a la mujer."
Aunque cuestionado desde distintos sectores por atentar contra las libertades individuales y al margen de que se vivió efectivamente con menos tragedias que las habituales, el experimento tuvo un éxito innegable, incluso más allá de Bogotá: activó un imprescindible debate sobre la causalidad, la tipología y las posibles soluciones a la violencia urbana.
Las noches de Antanas son ejemplos paradigmáticos de su política de "pedagogía ciudadana". Y ha tenido muchos otros, particularmente en el anterior mandato: para defender la Ley Zanahoria, por la que las discotecas cierran sus puertas a la 1, Mockus hizo campaña disfrazado de esa sabrosa raíz. También ha saltado por los parques vestido de grillo ("el grillo de la buena conciencia") y se ha puesto un traje de Superman. Repartió tarjetas rojas con dibujos de pulgares hacia arriba y hacia abajo para que los automovilistas las exhibieran a sus colegas infractores en lugar de tocarles bocina o gritarles groserías. Invitó a las bandas a entregar sus armas y fundirlas en esculturas y, preocupado por el alocado tránsito bogotano, formó una cuadrilla de mimos que rodeaban al infractor suplicándole con dramáticos gestos que no lo volviera a hacer. "Nos dimos cuenta de que los colombianos le temen más al ridículo que a la autoridad", razona quien no tuvo inconveniente en posar desnudo, como El Pensador de Rodin, para una revista de actualidad. En el distrito, son pocos los que no reconocen que el tránsito se ha vuelto más ordenado y que las calles están más limpias que nunca.
Más allá de la función pública, el alcalde se casó -en terceras nupcias- en la jaula de los tigres de un circo, de donde salió montado con su mujer sobre un elefante. La primera de estas intervenciones sociales se remonta a la escuela primaria. "Un día que estaba encargado de izar la bandera -hace memoria-, ante todos los alumnos y las maestras, empecé a insultar a la bandera. Todos se quedaron mudos. Entonces leí un texto que tenía preparado (era mi única chance de que no me expulsaran, que se entendiera lo que quería probar), una crítica a los que me habían escuchado faltarle el respeto a la bandera y no habían reaccionado, no me habían detenido ."
El inventario de excentricidades de Mockus podría sugerir una suerte de Hugo Chávez colombiano. Sin embargo, su perfil dista bastante del cultivado por el presidente de Venezuela. En principio, Antanas es un intelectual, de marco teórico y objetivos claros. Es más, da la impresión de que realiza aquellos happenings didácticos casi a su pesar, como si no encontrara otra alternativa mejor para "enriquecer el debate público", según reitera, una de sus máximas preocupaciones.
Su mínima estructura política es la del Partido Visionario, una organización tan virtual que para profundizar en ella lo más conveniente es ingresar a su página de Internet: http://www.partidovisionario.org.co , donde se postulan principios como recursos públicos, recursos sagrados y metas como interpretar aspiraciones sociales, ayudando a asumirlas desde una visión compartida de Colombia colectivamente construida.
Con o sin creatividad, Mockus enfrenta ahora problemas administrativos concretos, que ya ponen en juego su alta popularidad (del ochenta por ciento de aceptación, contra el treinta del presidente Andrés Pastrana, según un reciente sondeo). Intenta encaminar una reforma tributaria y un profundo ajuste fiscal que, por ahora, ha dejado a más de cuatro mil empleados públicos sin trabajo.
Y por otra parte, el gran flagelo colombiano: la violencia organizada, aparentemente sin fin. "Creo que tengo una ventaja -sospecha Mockus-: esos grupos desestabilizadores saben que estoy convencido de que los que utilizan la violencia suelen invocar argumentos admirables, de solidaridad y patriotismo. Si uno pudiera construir sobre esas cosas, lograría producir cambios muy positivos."
Cuando se le menciona que para una sociedad tan sensibilizada por la violencia debe de ser difícil ver semejante aspecto optimista, concluye: "Sí, pero la metodología de talleres y equipos de trabajo para el rescate de lo positivo ya está dando resultados puntuales. La gente en Bogotá ha entendido que se puede educar no sólo desde el aula. La política es la acción pedagógica en su escala máxima".