En sólo una semana, hubo mucha música en Buenos Aires. Bueno, supongo que siempre la hay. Pero, en fin, en este caso en particular se trata de música que le interesa a uno y a algunos amigos. Y de la mano de grupos nuevos, cosa que particularmente siempre me gustó mucho. El jueves pasado, con The Crabs Corporation, y su earlysoulmodstompingreggae, con una decena de temas en media hora, en el elegante Le Bar del microcentro. Estuvo bueno, pero me gustaría ver esto ahora, de nuevo, en un show con más "rock", con menos sillas y mesas.
Al otro día, el viernes, con Satélite Kingston, tocaron The Diega & The No Vocals, que estuvieron realmente... inspiradores! Es una banda que hay que ver y escuchar, ahora.
Y el jueves último, otra vez con Satélite Kingston, tocaron Los Hamptons, con su impecable trío de voces al frente. Acá, la versión de Hammer junto con Satélite.
En otro orden de cosas, unos amigos me pidieron que les compre entradas para una de las fechas del festival Pepsi (era el Pepsi?). Fui a la ventanilla personalmente y pedí tres tickets. Cada uno costaba 130 pesos. Pero te agregan 20 pesos más en concepto de "servicio de venta" o algo así. Si uno va a comprar cigarrilos, ¿el quiosquero le cobra el precio del atado más 3 pesos por el acto en sí de vendérselo? Y, peor: si uno se lleva tres atados de cigarrilos, ¿el quiosquero cobra TRES veces por su (modestísimo) servicio?
Es absurdo, como se mire. En todo producto que se comercializa, creo yo, se incluyen todos los costos (desde la materia prima hasta la fabricación y la distribución) en el precio final de venta al público. Qué es esto de que las entradas para un show tengan una "tasa" extra? Si el servicio consistiera en que uno compra por teléfono y la compañía X se las envía a la casa, bueno, podría entenderse. Aunque así y todo 20 pesos sería desproporcionado. Pero que te cobren 5 dólares por pasarte un papelito por el agujero de un vidrio... Es casi inmoral. Qué bueno que no me interesa una sola banda de las que tocan en este evento...
Escucho que alguien dice "los de la banda, que esté listos porque por ahí tocan uno más!". Lo escucho desde un baño del subsuelo de la Trastienda, detrás del escenario, y en el submundo del aftershow. Sigo en el baño, y Tonino Carotone sigue haciendo un bonus track de su apoteótico show porteño con el guitarrista Simone. Salgo del baño y me alisto por si hay que volver al escenario. Por mi, haría los 20 temas otra vez, uno por uno. Sería una gran oportunidad de enmendar los pifies que sé que cometí. Pero por sobre todo sería una chance de alargar un instante de felicidad.
En lugar de eso, nos vamos a dormir. Pero, al menos, con el recuerdo, con la foto, de un show recontraintenso. Tonino, qué personaje. Hasta para perderse es elegante. Si los ensayos andaban más o menos bien, en vivo la cosa explotó exponencialmente. Este hombre no improvisa, al menos no sin saber exactamente lo que hace. Simone, su guitarrista, su capitán, en medio de un tema se daba vuelta, nos miraba y se hacía la seña de la cruz, como diciendo "Dios sabe qué pasará ahora..." Creo que una sola de esas miradas vale por un año de profesor de piano...
Así que vamos a la primera noche del tour reunión de los Specials en Newcastle. El local estaba repleto de un nuevo subgénero cultural al que yo llamo “los papás ska” (“ska dads”). Tipos que a principios de los ochenta bailaban en conciertos de Madness, Bad Manners, The Beat, The Selecter, The Bodysnatchers y, por cierto, los mismos Specials.