Nio sé mucho, por no decir nada, de la televisión en Jamaica. Pero sí puedo decir que en Jamaica habla patois (y prácticamente no se le entiende nada) hasta el tipo que dice el pronóstico del tiempo.
Y también que hay un canal dedicado a la música, una especie de MTV jamaiquino, llamado Reggae Entertainment Television. También al estilo MTV, no todo lo que pone son videos, sino que cuenta además con algunos programas de "formato". Durante todo el día repiten unos cuantos hits de dancehall y new roots. Y los alternan con, por ejemplo, un programa en el que unas cuantas estrellas jóvenes viajan en un micro por Jamaica llevando el mensaje de una campaña que no terminé de entender. El slogan, apuntado al público más chico (el micro pasa por distintas escuelas del país cada día), es "la abstinencia tiene sentido" (abstenence makes sense). Por momentos parece hablar de drogas y alcohol, por momentos de sexo adolescente y embarazos prematuros, pero no queda del todo claro... Lo cierto es que, después de verlo varias veces, lo que sí parece es que los protagonistas no se abstienen... de nada.
Uno de los chistes, por ejemplo, es que la comitiva no tiene idea de en qué colegio están en un determinado momento.
Otro programa bastante gracioso es uno que no sé cómo se llama pero que copia el formado de American Idol. Es decir, se trata de una especie de casting de cantantes que van pasando frente a tres jurados. Igual que algunos programas en Argentina, también. La diferencia, claro, es que acá son todos cantantes de reggae, tríos vocales y DJ. Mirándolo, me imaginaba que pasaran por ahí algunos cantantes de bandas de regui argentinas. Como en American Idol, en muchos casos la idea es reirse del concursante, y las "devoluciones" del jurado son bastante cómicas. En ese sentido, parece una versión de Capusotto.
El Nine Mile tour termina con una pequeña vuelta alrededor de la tumba de Marley, con mármol de Etiopía y cubierta con una gran bandera roja, amarilla y verde. La sepultura se ilumina, al salir el sol, por un vitral sobre una de las paredes, con la forma de la estrella de David. Al mausoleo, con el diseño de una capilla etíope, sólo se puede ingresar descalzo. Al bajar de esta colina, llamada quizás un poco ampulosamente “Mount Zion”, Fossy canta con su voz rasposa “Three Little Birds”. Y cuando llegamos a la puerta de entrada, o de salida, un cartel recuerda dejarle una propina al guía: “One love, one heart, tip your guide and feel alright”. Al salir, paso por el local de souvenirs y la vendedora está profundamente dormida sobre el mostrador. Deben ser las cuatro de la tarde, y no me cruzo a nadie más. Afuera espera Wayne, un vecino de Nine Mile. Un pequeño emprendedor. Wayne ofrece a los turistas otro paseo, complementario al de Marley: una visita a… su plantación de faso. Cómo no, acepto. Pide 20 dólares y arreglamos por la mitad, incluyendo souvenir (“burn it for Bob, mon”, aconseja Wayne, que no parece haber estudiado en ninguna de las grandes academias de turismo en Suiza). La caminata es nada: 200 metros hasta descender por una especie de baldío, entre corrales de cabras y montoncitos de basura. La pequeña plantación, de más de un metro de altura, está disimulada entre otras especies más altas y copiosas. “Para que no nos vean desde los helicópteros”, explica Wayne, que procede a mostrar su galería de maravillas. “Esta es sinsemilla, la favorita de Bob”. “Esta es una white widow”. “Esta es fuerte: AK47!”. Y, antes siquiera que se lo pidan, posa sonriente para que le saquen fotos. “Ponela en Internet, no hay problema, mon!”. OK. De pronto, entre la maleza, emerge un amigo de Wayne. Algo así como el encargado del “gift shop” en este peculiar empredimiento turístico. Saluda y muestra una bolsita negra llena de más souvenirs. “Llevate algo, no compres después en la playa, lo que venden allá está lleno de químicos”, dice con la autoridad de un experto sommelier. Es hora de volver a la Toyota Hilux mientras los mosquitos de Nine Mile atacan. Nine Mile queda 80 km al sur de Ocho Ríos. Como aparentemente buena parte del interior de esta isla, Nine Mile es un territorio anárquico. Conocerlo es entender un poco más la idiosincrasia rebelde de la música jamaiquina y de los rastas.
Nine Mile es una pequeña villa en las montañas del interior jamaiquino, hacia el centro de la isla. Por "pequeña villa" hay que pensar en unas cuantas casas desvencijadas a cada lado de una angosta ruta. Ahí nació y ahí está sepultado Bob Marley. Así que hasta ahí peregrinan diariamente extranjeros de todo el mundo. Jamaica tiene tres principales playas turísticas: Ocho Ríos, Negril y Montego Bay. Nine Mile queda más cerca de Ocho Ríos. Desde esa ciudad, hay que hacer un viaje de una hora y media, aproximadamente. Algunas agencias ofrecen “Zion tours” hasta Nine Mile. Pero también se puede llegar consiguiendo un chófer. Ese fue mi caso. El primer desafío es sobrevivir a la ruta hasta Nine Mile. Casi irónicamente, el camino se llama “Main Road”. Y es, en verdad, una ruta de carril y medio, con subidas, bajadas y cornisas. Es decir que dos autos no alcanzan a cruzarse cómodamente, sino que al encontrarse deben tirarse un poco al costado (no se puede decir que haya banquina) para dejar pasar al otro. A pesar de esto, los jamaiquinos no frenan hasta no ver a otro coche de frente. Al contrario, manejan más rápido que cuando andan por la costa, aprovechando que en las colinas del interior de la isla ya no hay control policial a la vista. Así que ahí se lanzan, como su equipo en los juegos invernales a bordo del trineo Bobsled (ver película “Cool Runnings”), tocando cada tanto algunos bocinazos de advertencia para quien se atreva a venir en la dirección contraria. Le pregunté a Delroy si había muchos accidentes y me dijo, sin dejar de mirar el camino: “Jajajajaja, no, Daniel, jajjajaja, si manejaras acá un par de años te acostrumbrás”. Superado el terror a un inminente choque, el camino es una oportunidad ideal para ver otra Jamaica, distinta de la de los resorts players, obviamente, pero también de las poblaciones costeras en general. La mayor parte es selva verdísima y profunda, matizada cada tanto por algún caserío humilde y rural (y la “ciudad” de Claremont), donde nunca faltan un número de bares parecido a la cantidad de viviendas y algún corralito con cabras. Los bares son habitaciones pintarrajeadas de la manera más creativa con un estilo “publicitario” que ya hasta se podría codificar, con sus tipografías y decoraciones específicas. Aunque tentador, no parece muy prudente parar a comer algo en esos lugares…
Finalmente, se llega a Nine Mile. Delroy se salteó el city tour y estacionó directamente tras los portones del mini “parque temático” de Bob Marley. El lugar consiste en: una bar, un gift shop (dos, en realidad), la casa donde nació Nesta, una casita en la que vivió a partir de los seis meses y hasta los doce años (cuando se mudó a Kingston), el mausoleo donde descansan los restos de su madre (Mother B) y otro mausoleo donde está el propio rasta. Tanto él como Mother B fueron ubicados seis pies sobre la tierra. En el caso de Marley, en una construcción de mármol traído de Etiopía, donde junto con su cuerpo se dejó una Biblia, su famosa guitarra Gibson y… ¡una pelota de fútbol!
La entrada al “complejo” cuesta 19 dólares americanos y el recorrido se hace con un guía. En mi caso, con un tal Fossy, supuestamente alguna vez compañero de escuela del pequeño Bob, aunqueadmite que nació tres años antes. Fossy hace su trabajo: da algunos datos biográficos, alguna anécdota, pero más que nada le gusta cantar los clásicos de Bob. Cuando muestra la casa donde Marley vivió, por ejemplo, muestra una camita de dudoso origen y entonca “We’ll share the confort, of my single bed…” Y exclama, feliz, “esta es la single bed, yes mon!”. Vaya a saber. Más extrañamente aún, detrás de esta casa de la infancia hay una piedra de medio metro de diámetro pintada de verde, amarillo y rojo. Fossy propone que me saque una foto sobre ella porque ahí es donde se apoyaba supuestamente Marley a componer y a meditar. Se tira al piso y hace una pequeña demostración.
Compromisos laborales me tienen de un lado a otro en Montego Bay y Ocho Ríos. Playa? Disquerías? Ni hablar… La playa está cerca, pero por ahora intocable. Los discos, la verdad que ni idea. Debe haber, sí, pero es complicado… La gente local no es muy dada a las referencias exactas. Incluso los que tienen buena onda, no son del todo comunicativos. Y si lo son, no resultan muy precisos. De todos modos, mi situación tampoco da para irme a explorar demasiado. Me dicen que quizás en Negril, donde iré en un par de días, la cosa sea un poco más accesible. Habrá que ver. El mundo de los turistas y extranjeros está bastante separado del mundo jamaiquino real.
Mientras tanto, ya es todo un viaje y mirando por la ventanilla del auto las casas y, sobre todo, los negocios y los bares junto a la ruta. Las fachadas están pintarrajeadas con dibujos de, por ejemplo, botellas de cerveza, en el caso de los bares, o de cualquier otro producto que se venda en determinado lugar; todo muy kitsch. Jamaican Kitsch.
Acabo de aprender el segundo chiste Jamaiquino: “Habrá sido esa la última lluvia del día?”, le pregunté a un barman (sorpresa!) después de un chaparrón a media tarde. “Eso? No, mon, eso no es lluvia, eso es sol líquido, mon!”
Le festejé el chiste y me fui con mi ron con Coca diciendo “I’ll be back”. “Yeah mon, come back: more rum, more fun!”. Me quedé pensando un buen rato en lo raro que es mi trabajo…
En Ocho Ríos sí me asomé a la playa. Ocho Ríos es otra localidad, el lugar turístico más cercano a Kingston. La diferencia con Montego Bay y Negril, es que a Ocho ríos van de vacaciones, también, los propios jamaiquinos. Eso es algo que no sabía, y que es distinto, por ejemplo, de Cuba. En los hoteles cubanos no te cruzas con clientes cubanos. Pero acá sí, la familia (de clase media alta, supongo) jamaiquina accede a lo mismo que el turista americano. Y de hecho los ves a todos jugando al volley en la pileta...
Hay algo más interesante. Frente a la playa de los hoteles, se "estacionan", digamos unos 50 metros mar adentro, unas lanchitas o unos jetski, con jamaiquinos que venden "cosas" a los turistas. Si los viera capusotto diría, no muy equivocado, que venden faaaaasssoooooo. Como no les permiten estar en playa misma, lo hacen "offshore", como el simpático fisherman a lo Heart Of The Congos, de acá arriba.
La verdad, de intentar comprar algún souvenir canábico, no se me ocurre que exista otra posibilidad que no sea que intenten estafarme. Eso pienso...