Mire qué intereante. A propósito de cursos por correspondencia en revistas de historietas, este es un artículo que publicó el New York Times en 2001. Es específicamente sobreCharles Atlas.
El mito de Charles Atlas vive gracias a Internet
Charles Atlas, el italiano que dejó de ser un alfeñique para convertirse en un musculoso millonario, murió hace 28 años. Pero la compañía que él mismo fundó en 1929, todavía está viva y sigue facturando. Y aunque la Charles Atlas Ltd. ya no es tan robusta como antes, aún ayuda a cumplir el sueño de muchos flacuchos. Ahora, por Internet.
Por Maria Newman
En esta época de programas de entrenamiento super elaborados y dietas super específicas, el famoso método de Charles Atlas permanece intacto: no exige nada especial; sólo seguir el curso "Dynamic Tension", un programa de ejercicios físicos de 12 lecciones que, como antaño, se siguen entregando por correo a cambio de 45 dólares más gastos de envío. Claro que, con el tiempo, se fueron haciendo algunos ajustes. Hoy, la Charles Atlas Ltd., apoya su actividad principalmente en su sitio de Internet (www.charlesatlas.com) y emplea el e-mail para comunicarse con sus clientes, a quienes llama "alumnos". Pero además de ofrecer una línea de vitaminas y suplementos dietarios, no se queda atrás a la hora de venderse y, echando mano a la nostalgia, emplea las viejas imágenes en blanco y negro de su fundador como implacable vehículo de comunicación. "En publicidad, hoy, 'retro' es la palabra clave", dice Jeffrey Hogue, quien le compró la compañía en 1997 a Charles Roman, el socio original de Atlas. "Sabemos que nunca vamos a abandonar ese 'look', pero, ¿cómo hacemos para que esa imagen resulte atractiva a las mujeres y a los jóvenes? Esa es la clave y en eso estamos trabajando".
En estos días, las cartas a Charles Atlas las responde personalmente el mismo Hogue, un abogado de 41 años que dice haber hecho el curso de Atlas cuando era chico, aunque, claro, hoy prefiere los trajes de tres piezas a los shorts de leopardo que se hicieron famosos con Atlas. "Compré parte de mi niñez: yo también fui alumno de Charles y me encanta trabajar en esto", dice. Esto es el modesto edificio de dos pisos en el que Hogue, Cynthia Soroka -33, vicepresidente de la empresa- y un equipo de cinco asistentes se abarrotan en una pequeña oficina abarrotada de recuerdos de Atlas, el señero inmigrante italiano que transformó su inseguridad personal en un negocio rentable mucho antes de que el ejercicio físico se apoderara de los Estados Unidos. Atlas, cuyo verdadero nombre era Angelo Siciliano, llegó desde Italia a los Estados Unidos en 1903, cuando tenía 10 años. De chico, solían cargarlo por su estructura física, y las raíces de su transformación aún están allí, en los lugares de Nueva York que lo inspiraron para dejar de ser aquel famoso "alfeñique de 58 kilos": el museo de Brooklyn, donde vio por prinera vez una estatua de Hércules; y el Prospect Park Zoo, donde cayó rendido ante un león perezozo que estaba estirando sus músculos.
La leyenda dice que dos tardes bastaron para que Siciliano desarrollara su famosa rutina de fortalecimiento muscular basada en ejercicios isométricos e isotónicos. Y que, más tarde, se convirtió casi de la nada en un prestigioso físicoculturista. Dicen, también, que fue mientras trabajaba como modelo que decidió cambiar su nombre por el de Charles Atlas. Y es un hecho que, en 1922, le puso la guinda a su postre: fue elegido "El Hombre Mejor Desarrollado del Mundo" en una competencia de físicoculturismo realizada en el Madison Square Garden de Nueva York. Sin embargo, en 1928, cuando Siciliano conoció a Roman, su compañía se estaba fundiendo. De profesión publicista, a Roman se le ocurrió la idea de poner avisos en varios libros de historietas, y también fue él quien bautizó al curso con el pretencioso nombre "Dynamic Tension". Luego, se convirtió en el presidente de la nueva firma, Charles Atlas Ltd., y desde allí se encargó de mover las relaciones públicas de la cara de su empresa. Pronto, él y Atlas fueron millonarios.
En 1969, poco menos de tres años antes de morir, Atlas le vendió su parte del negocio a Roman, quien lo mantuvo en funcionamiento hasta que, en 1997, se lo vendió a Hogue. Hoy, el nuevo dueño, que había pedido el curso por correo cuando tenía 15 años, declara haber recurrido él mismo al milagroso curso de Atlas mientras asistía a una escuela militar en Tennessee, "donde me tomaban el pelo al ver cuánto me costaba cargar los pesados rifles de combate durante las maniobras de artillería". Aunque Hogue no reveló cuánto pagó por el negocio ni cuánto le deja por año la empresa, es evidente que la compañía ya no es la caja registradora de antes. Sin embargo, sobreve gracias a las ventas vía Internet, que se multiplicaron cuando salió al aire un programa especial sobre Atlas en el ciclo "Biografías", del canal A&E. "Fue un camino largo y difícil, pero las cosas están empezando a revertirse", dice Soroka. Para ella, ahora, la clave es el marketing: si bien siguen haciendo publicidad en libros de historietas, donde los avisos son relativamente económicos, el asunto sigue siendo cómo vender cursos, y el target de la empresa son las mujeres (históricamente divorciadas del curso) y los jóvenes (hiperinformados). Mientras buscan la fórmula, Hogue y Soroka responden personalmente todas las cartas dirigidas a Atlas en primera persona, como si él todavía estuviera vivo. "No lo ocultamos, pero la gente necesita creer en Atlas. Y, de alguna manera, si escribimos en primera persona, sentimos que Charles sigue estando entre nosotros".
© The New York Times, 2001