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Travel - Page 2

  • Rudy can't fail

    Como tengo dos días en Bilbao por trabajo, le aviso a Rudy King, que hace unos seis años (sí, increíble...) vive en Santander. Bilbao queda en el país Vasco y Santander en Cantabria, ambas regiones del norte de la Península Ibérica; no toma más de una hora ir de una ciudad a otra. Tengo exactamente dos horas libres, así que nos encontramos en mi hotel y hacemos un protocolar intercambio de merchandising Satélite Kingston-Smooth Beans. Una lucha desigual: CD x vinilo! También me quedo con algunas cosas para llevar a otros amigos de Buenos Aires, que esperan impacientes.

    El hombre está feliz. Se pone una camiseta de Satélite y nos vamos a caminar, mientras, con un acento bastante españolizado, me cuenta de su banda, que ya lleva tres años: nuevo disco por el sello Liquidator, shows casi todos los fines de semana, viajes, festivales, posibles giras internacionales (que estando en Liquidator y viviendo en Europa son tan naturales como en Buenos Aires tocar en Makena o el Salón Pueyrredón). Su vida en España es otra desde que armó este grupo, en una ciudad donde prácticamente ni siquiera había habido antes una banda de ska.

    vizkaya 099baja.jpg

    Lo pongo al día de algunos chimentos locales mientras andamos por la Gran Vía hacia el puente de la ría de Bilbao. Comparamos escenas, oportunidades y también internas, cuelgues, desapariciones y revelaciones de ambos lados del Atlántico. Rudy recuerda que las cosas se están dando bien adonde está; lo que quedó atrás en parte se extraña, pero en parte está bien donde está.

    Acodados en la barra del primer bar, a la vuelta del Museo Guggenheim, nos alegramos por los viejos amigos a los que se les dan algunas cosas, finalmente. Y entonces me tengo que ir por un compromiso previo, pero sólo por una hora.

    Nos reencontramos al rato, otra vez por las calles de Bilbao, y nos tomamos el metro, diseñado por el gran Norman Foster (a las entradas del subte, medio futuristas, las llaman "los fosteritos), hacia la terminal de micros. Por 60 centavos de euro de "multa", cambia el pasaje de vuelta a Santander para una hora más tarde, así que nos sentamos en otro bar.

    Es que faltaba hablar de política. Rudy me toma examen y de pronto me escucho a mi mismo exlicar el escenario político argentino. Por dentro, mi simplificación me avergüenza un poco, pero, bueno, esto siempre pasa cuando "explicás" estas cosas para extranjeros o expatriados (peor aún cuando lo hacés en otro idioma!), en términos que probablemente no harías en casa... De todos modos, me sirve para aclararme a mi mismo algunos conceptos, percepciones, puntos de vista, que no había expresado antes.

    Rudy escucha atento y se lo nota bastante informado.

    Hacemos zapping entre mil temas distintos sin cerrar ninguno, como pasa cuando te encontrás con alguien a quien no ves hace mucho y a quien no verás por otro buen tiempo.

    El capítulo Planes & Proyectos queda para el final, con cosas muy concretas, por no decir listas para salir. Otras, más bien expresiones de deseo. Todo, al fin y al cabo para estirar lo más posible las cañas, la buena conversación, la amistad, la música que más nos gusta y las tardes en bares cerca del puerto.

  • Golpe de suerte en Seven Mile Beach

    Jamma2010 500.jpgOk, todo muy interesante, esto del viaje a Jamaica. Pero... ¡¿Y los discos?! Vamos a lo esencial, que de ningún modo es invisible a los ojos...
    Para los turistas en Jamaica no es necesariamente sencillo acercarse a la música. Salvo por los grandes festivales, a los extranjeros se les suele recomendar no aventurarse de noche en sitios donde puedan tocar bandas en vivo. Y, en cuanto a comprar discos, cabe aclarar que no es fácil encontrar un local especializado en las principales localidades turísticas, como Montego Bay, Ocho Rios y Negril.
    Aunque también es cierto que en las playas los jamaiquinos parecen dispuestos a proveer al visitante del ítem o servicio que sea con tal de obtener unos dólares. Más frecuentemente, cultivos ilegales que ya son parte del folklore de esta ex colonia inglesa. Pero la verdad es que la oferta resulta de lo más variada.
    Eli-Jah Wood, un músico rastafari, por ejemplo, recorre las arenas de Seven Mile Beach, Negril, con un bolso lleno de CD piratas de músicos como Buju Banton y el recientemente fallecido Gregory Isaacs, y también una autoproducción con sus propias canciones. Después de soportar a una docena de iJamma2010 499.jpgnsistentes vendedores de otras mercancías, no siempre con buen tono, Wood casi me conmovió al ofrecer amablemente su obra, así que, como excepción, y me detuve a charlar con él. Le compré el disco con la promesa de darle luego mi opinión en su perfil de Facebook. Pero también aproveché la oportunidad para acercarme a lo que realmente buscaba en Jamaica:


    -­Me interesa la música que tenés, pero en discos de vinilo. ¿Podés conseguir?
    ­-Yeah, mon, no problem. ¿Qué artistas?
    ­-Skatalites, Justin Hinds, Toots & the Maytals, cualquier cosa editada por el sello Studio One, sobre todo de los años sesenta... (le di un papelito con los nombres).
    -­¿LP o simples?
    ­-¡Todo!
    ­-Te lo consigo. Te busco en tu hotel. ¿Viste que murió Gregory Isaacs?

    Eli-Jah se perdió entre las reposeras de un resort todo incluido y yo seguí mi camino, satisfecho por la anécdota y seguro de que el rasta jamás reaparecería en escena.
    Pero dos horas más tarde y varios kilómetros más cerca de la villa de Negril, oí que Eli-Jah me llamaba a los gritos. A lo lejos, reconocí enseguida los discos que agitaba con las dos manos.
    Le pregunté cómo demonios me había localizado, pero fue directo al grano:
    "¿Era esto?" ­dijo.
    Traicionado por mi instinto melómano, no pude disimular: Eli-Jah había desenterrado quién sabe de Jamma2010 501.jpgdónde media docena de maravillas vinílicas de la historia de la música jamaiquina a un precio más que lógico. "¿Querés que te traiga más? Dame 20 minutos y plata para el taxi", me propuso mi nuevo mejor amigo. Contesté que sí, obvio, y volvió a esfumarse... sin que le diera un solo dólar.
    En media hora, el jamaiquino había retornado con otros tantos tesoros de Studio One por los que algún fan japonés canjearía a uno o dos parientes directos. Por primera vez en Jamaica no sólo no me atreví a regatear por lo que compraba, sino que incluso le extendí una propina al eficiente Eli-Jah, que también estaba feliz. Lo que se dice una situación win-win.

    Cinco minutos después de la despedida del músico rasta, otro jamaiquino se acercó a mi mesa en el bar playero donde todavía estudiaba el inédito botín.
    Era el taxista que había llevado y traído a Eli-Jah: "¿Buscás discos? Yo tengo, te los puedo traer", propuso. Le respondí que sí, pero que estaba detrás de títulos muy específicos. Con un "no problem, mon" partió él también en busca de material.
    Al rato resurgió de algún lugar... con varios de los vinilos que ya había traído Eli-Jah y que no habían pasado la selección. Evidentemente, el chofer había recurrido a la misma misteriosa fuente que su cliente-amigo, en una maniobra no del todo honesta. Llegamos a otro acuerdo, creo que beneficioso para ambas partes.
    Momentos después fue el turno del dueño del bar, hasta entonces callado detrás de la barra y las botellas de cerveza Red Stripe en la tarde jamaiquina. "¿Te gustan los vinilos? Tengo muchos en casa, te los traigo ya si querés..."