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  • "Es como un partido de rugby en una cabina telefónica"

    Miren la cara, los ojos, de Horace mientras el periodista le hace la inevitable pregunta sobre Dammers (4.19): "Seis de siete no está mal".

  • Conozcan a Rafael de la Torre

    Cada tanto, en un show de Dancing Mood, aparece, entre la multitud de músicos estables e invitados, un señor mayor que el resto, con acento cubano y evidente talento para el micrófono. El señor se llama Rafael de la Torre Guerrero, efectivamente es cubano y vive en la Argentina desde 1993. Es todo un personaje, que no muchos saben que circula por Buenos Aires, pero que vale la pena conocer.

    Volví a hablar con él en el show del teatro de Doreen & Pauline, cuando justamente cantó con Dancing. Mérito de Mr Lobo haberlo convocado, realmente. En 2003 lo entrevisté. No a Lobo sino a Rafael. Y esto fue lo que dijo:

    Rafael de la Torre Guerrero, músico, musicólogo y melómano nacido en Camagüey, Cuba, llegó en 1993 a la Argentina. "Fue todo muy rápido. Yo nunca había visto un bife de chorizo... Porque tenemos muy poca tradición vacuna: si todas las vacas que hay acá las mandamos para allá, nosotros no cabemos en la isla", explica desde su peculiar y constante sentido del humor, que también tiene algo de musical, de cantado.

    La cuestión es que al año siguiente Rafael ya estaba instalado en Buenos Aires, en pareja con Patricia. Y pronto llegaría el hijo, Santiago ("que es más porteño que el Obelisco"). Diez años después sigue acá, aunque mantiene una semiformal relación con La Habana como su embajador artístico (es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Y los viernes y sábados, en el restaurante cubano Ron y Son, en Balvanera, hace lo que más le gusta: "agarrar la guitarra y cantar" sones y boleros, música que no sólo palpita, sino que estudia. "Son 35 años de trabajo y 39 países recorridos: desde que tenía pelo hasta ahora he investigado", resume.

    -¿Estudió música formalmente?

    rafa.jpg-Sí, en Camagüey, donde nací el 30 de julio de 1951. Estudié solfeo, teoría y violín en el conservatorio de González Allué, el compositor de la famosa Amorosa guajira. Yo me quería parecer a Ringo Starr, pero lo único que tenía a favor era la nariz. Me gustaba la batería; me fugaba de las clases de violín y me iba a las de percusión. Llegué a tocar con un grupo versiones de temas de la época, como Viento dile a la lluvia, de Los Gatos... Mi generación, la del cincuenta, está permeada por Bob Dylan, Beatles, Rolling y, al mismo tiempo, por Ñico Saquito, José Antonio Méndez...

    -¿Antecedentes familiares?

    -Mi abuelo, a los 18, pudo haber sido parte del Trío Matamoros. Esta es una anécdota familiar seria: mi bisabuelo no lo dejó porque consideraba que andar de músico era de bohemio, borracho, vago. Al final, el Trío Matamoros fue famosísimo y mi abuelo se quedó en Camagüey y lo conocían sus amigos, y bien, gracias. Tenía una voz prodigiosa, que conservó impecable hasta los 78 años. Mi papá cantaba muy bien, tocaba la guitarra más o menos y era pedagogo, igual que mi mamá, que estudió piano. Y muchas de mis tías, de los dos lados, eran maestras. De algún modo me contagiaron lo de la formación, el gusto por estar siempre informado de todo.

    -¿Qué música escuchaban en casa?

    -Mi viejo era un amante del jazz. Adoraba a Duke Ellington. Siempre se escuchó jazz en Cuba. De hecho, la segunda generación del bolero, la del cuarenta, la de César Portillo y Marta Valdés, funda el estilo llamado feeling, que asimila el jazz para enriquecerse, sin perder cubanía. Ahí aparecen Contigo en la distancia; Tú, mi delirio, temas recontraconocidos. Casi el setenta por ciento del repertorio de los Cinco Latinos.

    -Si ésa fue la segunda, ¿cuál fue la primera generación del bolero?

    -Nació alrededor de 1870, digamos, en Santiago de Cuba, que es una provincia muy negra, muy rítmica. Entonces eran boleros a 2 x 4, no a 3 x 4, como el bolero español. Ya esa diferencia definió cierto concepto de nacionalidad incipiente. Nuestros trovadores eran carpinteros, pintores, albañiles, no como otros cantores, como los trovadores provenzales, tipos con otra formación. Pero tenían cierta sensibilidad. Al mismo tiempo, nacía en La Habana el danzón, nuestra danza nacional, que viene de la contradanza española como música y del minué francés como baile. Verás que tiene bastante poco que ver con nuestras raíces. Por eso, luego se terminó imponiendo el son, que sí es una especie de síntesis bailable y cantable de la música cubana.

    -¿Qué pasaba con la música cuando usted llegó a ella?

    -Yo estaba en el conservatorio ya con la generacion del feeling cuando surgió la Nueva Trova, después de los años 50. Para nosotros, Pablo Milanés es el enlace entre el feeling y la Nueva Trova, que comenzó a utilizar un lenguaje más acorde con su tiempo. Porque aun cuando hay textos del treinta impresionantes, nosotros también tuvimos boleros, como digo yo, de banco de sangre: eso de me cortaré las venas el día que te vayas, melódica y armónicamente muy interesantes. Pero los textos...

    -¿Cómo llegó a la Argentina?

    -En 1993 estaba en casa de Silvio Rodríguez para su cumpleaños y Fito Páez me preguntó un poco en broma por qué no iba a la Argentina. Y quién te dice que no haya sido eso una especie de lucecita: al poco tiempo vine de gira. Llegué el 19 de diciembre de 1993 y en siete días recorrí Córdoba, El Bolsón, San Martín de los Andes... Solo, con la guitarra. Regresé en junio del otro año y entonces ya conocí a mi mujer, Patricia. Luego llegó Santiaguito, que dice yo y, luego, dice io, y cayate y, luego, caiate. Es así, Buenos Aires te atrapa. No olvides que mi generación está absolutamente penetrada por la cultura argentina, sobre todo por las películas de Mirtha Legrand, Pedro Quartucci, Niní Marshall...

    -Llegó a un lugar conocido.

    -Exactamente. Además, los cubanos tenemos una gran deuda con el tango. Las nuevas generaciones por ahí no lo sienten tanto, pero la mía lo lleva como un sello en la frente.

    -Hay canciones como Vete de mí, de los Expósito, que en Cuba se conocen más que acá...

    -¿Viste lo que es eso? Yo la canto. Es que la hizo famosa en todo el mundo Bola de Nieve. Y hay otra: Niebla en el Riachuelo, de la que Pacho Alonso cantaba sólo la primera estrofa, en versión bolero. Sólo cuando llegué acá descubrí la letra completa, y ahora la canto. Cuando me viene a ver aquí algún cubano me pregunta: ¿Pero qué le hiciste?

    -¿Otras influencias?

    -Yo tengo un defecto de fábrica: me encanta la actuación. Y eso lo descubrí un poco gracias a Les Luthiers. Recuerdo que vinieron tres veces a Cuba y que fueron muy influyentes. Particularmente en mi caso, porque entonces me mostraron que podía haber en mí una parte de comediante que no conocia y que ahora dejo salir.

    -Y del fenómeno Buena Vista Social Club, ¿qué piensa?

    -Criticarlo sería una estupidez, porque generó muchas oportunidades. Pero debo decir que yo a Ibrahim Ferrer y a Compay Segundo siempre los tuve presentes en memoria, pensamiento y palabra.

  • La televesión es lo mejor que hay en el mundo, es

    Programas como el de Anthony Bourdain sobre Jamaica, que se ve esta semana por Travel & Living, son de esas cosas que dejan sin argumentos hasta al más aguerrido enemigo de la tele.

    Por si no lo conocen, Bourdain es un chef neoyorquino, cuarentón, que se consiguió el mejor trabajo del mundo. ¿Hacer un blog de ska? No, viajar por el planeta y que le paguen por hacerlo. Quién me diera...

    Su programa, a tal efecto, se ve por el canal de cable Travel & Living, y, claro, se enfoca en la comida de cada lugar, desde los restaurantes caros hasta el puestito callejero, casi siempre guiado por un local no necesariamente vinculado con el turismo convencional. Se llama "No reservations" y el de esta semana está dedicado a Jamaica y fue grabado el año pasado.

    Más allá de la descripción llana del programa hay que decir que suele tener una producción periodística impecable. Anthony, se ve, sabe lo que quiere y está bien cuidado. Cae en lugares increibles y con gente local muy creible. La información que da generalmente saltea los lugares comunes y hasta se permite lecturas bastante inteligentes (si no fugaces) de la realidad. Algo que me gusta es que no cae en el lugar común "bienpensante" de hacerse el amigo de los entrevistados. Muchas veces simplemente no le gusta lo que prueba, o se emborracha, o se queja, o... Ojo, no es un programa estrictamente de cocina, ni mucho menos gourmet. Es otra cosa. En fin, está muy bien.

    En el especial jamaiquino hay muuuuchos highlights:

    1. Anthony va a casa (muy linda, por cierto) de... Mutabaruka! Mutabaruka le cocina ital food y le hace un jugo. Y le explica sobre el rastafarismo.

    2. Anthony habla con un productor del codiciado café jamaiquino de las Blue Mountains.

    3. Anthony, en vez de ir a un resort, va a la principal playa "urbana" y pobre de Kingston. Come pescado ahí.Una cineasta jamaiquna le explica las distintas formas de cocinarlo.

    4. Anthony entrevista a un aspirante a estrella dancehall que está grabando un intento de hit. Y va a una fábrica de singles vinílicos.

    5. Anthony se sienta a comer con una familia tipo jamaiquina, iki, arroz, pescado (como dice "Jamaica farewell")

    6. Anthony como jerk chicken en un puesto callejero, muy a la argentina (el puesto, no el pollo).

    Y hay mucho más... Si este fuera un blog más serio y útil les diría cuándo lo repiten (si es que lo repiten; yo creo que sí). Pero, bueno, es lo que hay... Al menos, en YouTube está casi todo, aunque creo que  sin subtítulos. Esta es la parte de Mutabaruka.

     

     

     

  • Me voy

    Miguel, dueño de un bar que frecuento más de lo aconsejable, me contó que esta semana se va a vivir a Salta. Le ofrecieron un trabajo y en pocos días lo decidió. Y se va. Probará dos meses y luego, si todo anduvo bien, su mujer y su hijo se mudarán también allá. El bar ya tiene como seis años y no anda mal. La mujer de mi amigo tiene un muy buen trabajo en Buenos Aires. El nene ya está en la escuela y tiene sus amigos. Pero igual se van. Quieren vivir más tranquilos, con menos stress. Salta parece una buen opción.

    Cada tanto alguien me cuenta que se va. O conozco a alquien que "se fue" alguna vez y que no anduvo mal. Bastante seguido me toca encontrarme con gente que dejó una ciudad, a veces esta en la que estoy yo, para instalarse en una playa o en la montaña o en el monte, para cambiar de vida.

    20080810-aeropuertos_valijas_reclamos.jpgInvariablemente, esas historias me hacen pensar en la posibilidad de encarar algo así. En los posibles beneficios. En las pérdidas. Generalmente me queda cierta admiración con un toque de envidia por esta gente. Me gustaría desprenderme, renunciar. Pero me cuesta. No me resulta fácil siquiera vender un disco que nunca escucho ni discontinuar el blog que hago (o siquiera mudarlo de plataforma a una mejor!). Mucho menos se me da por cambiar de trabajo, desarmar una banda ni mucho menos abandonar Buenos Aires.

    No lo digo con orgullo sino con resignación. Porque, también por cuestiones laborales, me toca apreciar muy seguido las bondades de la vida sin contaminación, sin ruido, sin apuro... Y, sin embargo, no lo veo muy posible.

    Ya fui inmigrante una vez y de prepo, por razones familiares. Después, quise volver a serlo, pero justo algo me retuvo en Buenos Aires. Y me quedé para siempre. Nunca dejé de pensar que el hecho de casi no haber estado acá durante la adolescencia tuvo un "costo social", leve, pero costo al fin. Así que no es que piense que la única salida de esto está en Ezeiza, para nada.

    Igual, cada vez que, como mi amigo ahora, alguien me cuenta que "se va", tengo ganas de seguirlo; me parece la mejor idea del mundo. Y al mismo tiempo me suena a aventura fantástica, totalmente fuera del alcance de una persona normal, común y corriente. Para mí el que se va no es ningún cobarde. Al contrario: irse es una prueba de fortaleza, de renunciamiento. Eso me parece a mí, al menos, a la distancia, pensando en las empanadas salteñas que me voy a comer con Miguel quizás en algunos meses...

  • El regreso