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  • Ahora todos van a leer tu remera # 2: Gaz Mayall perdido en el supermercado

    Gaz Mayall, saben de quién se trata. Debe ser el personaje más curioso en el pequeño universo paralelo del ska. O por lo menos el personaje blanco más curioso allí donde reinan los negros. Lo conocen. Flaco, desgarbado, de voz… modulante, con un Leslie natural. Hijo del famoso blusero inglés John Mayall, lejos de seguir como músico la saga familiar se la agarró con los sonidos jamaiquinos que tanto resonaban en los barrios obreros del Reino Unido a mediados de los sesenta, mientras crecía. Así lo escuchamos con The Trojans, la banda que fundó en 1986, igual de particular que él, con esa mezcla de ska, folklore celta y música japonesa, entre otros ingredientes aparentemente incompatibles. A mi me gustan, sobre todo, algunas versiones que ha grabado, como la de “El Padrino” y “Keep On Running” y “Jericho”. Pero también temazos propios como “My Last Meal” o “The Spirit”.

    Gaz, que, si se fijan, físicamente recuerda a un joven Shane McGowan (The Pogues) antes de perder los dientes, suele modelar una combinación de trajes y sombreros a lo Pachuco con camisas hawaianas y accesorios de cowboy y guerrero zulú. Si nunca lo vieron, googleenlo ahora. En vivo, baila con un swing espástico, como si diversas partes de su cuerpo respondieran individual y descoordinadamente al rudie, al vaquero y al zulú.

    Invitado un par de años atrás por Dancing Mood a la Argentina, el tipo es, además, DJ. Está a cargo de un escenario del Carnaval de Notting Hill, la gran fiesta callejera protagonizada por los inmigrantes tercermundistas en la capital del Imperio. Y desde hace 35 temporadas lleva adelante el club-fiesta-soundsystem Gaz’s Rockin Blues en un estrecho sótano del Soho donde pone vinilos y presenta grupos en directo.

    frankfurt-DC 2014.jpgGaz’s Rockin Blues es justamente la inscripción impresa en una remera que hace años se vendía en… adivinen: 1. Una tienda de Camden Town. 2. La feria de Notting Hill. 3. El Museo del Ska en Coventry. 4. Un hipermercado de San Pablo.

    No. No. No. Sí, la respuesta correcta es la número 4. Tiempo atrás se conseguía esta rarísima pieza, de la que el propio Gaz no debe tener idea, al menos en una sucursal de Extra, cadena de súpers brasileña indistinguible casi de nuestros Jumbo o Carrefour. Allí se ofrecía, para quien quisiera lucirla,por diez reales, en el típico sector de ropa como la argentina Tex. Ropa de supermercado, la habrán visto, genérica, berreta, algo ninguneada. A mi, la verdad, me cae bastante bien.

    Entre motivos de surf y frases en inglés que ningún angloparlante diría jamás, en esos percheros relucían la inesperada remera de Gaz y otra de… ¡Skatalites!, ambas estampadas sobre prendas cien por cien algodón de Hering, tradicionalísima etiqueta brasileña, tan conocida en la Argentina.

    La de Skatalites era realmente problemática: una remera a rayas horizontales, creo que blancas y grises, a lo Elvis en Jailhouse Rock, con el logo de la banda encima; extraña. La de Gaz estaba mejor: lisa, en principio, con el frente totalmente despejado y el logo del club GRB en amarillo, letras caladas, sobre la espalda.

    ¿El color de la tela? Vamos a aclarar algo antes. Hace unos seis, siete años, en mi trabajo diurno ofrecieron exámenes oftalmológicos de control. Como nunca había tenido problemas en los ojos, casi el único campo en lo que mi físico aún no me había decepcionado con mayores disgustos, decidí aprovechar el test y saborear un mínimo éxito, como quien apuesta dos pesos a un seguro ganador, que de todos modos no garpa, casi. Efectivamente, pasé la instancia principal con resultados óptimos, lo que se llama visión 20/20. Pero después la profesional a cargo me puso delante un cuadernito, tipo booklet de CD, con unas composiciones de pequeñas manchas, como una gota de sangre en un microscopio. En cada página, debía distinguir números formados por manchas de un mismo color entre muchas otras de distinta tonalidad. Las primeras me resultaron clarísimas. Siete. Nueve. Tres. Hasta que alcanzamos determinada gama cromática en la que todo me parecía igual, sin número a la vista. “¿Se supone que acá hay un número y que debería ser fácil de ver?”, le pregunté confundido a la doc. Respondió que sí y me diagnostícó, ahí nomás, un moderado grado de daltonismo, con el que se ve (ja) que había convivido 35 años en perfecta armonía e ignorancia, apenas alguna ligera sospecha, desatendida, al decir que algo era marrón cuando el resto del mundo decía verde.

    Volviendo a la remera del supermercado paulista, la tengo acá delante y aún no estoy seguro de qué maldito color es. ¿Si digo “azul cobrizo” se entiende? Bueno, ahí tienen la foto para fijarse.

    Ahora, ¿qué demonios hacía una remera, ya no de los Trojans (lo que hubiera sido, de por sí, insólito), sino del ignoto soundsystem de Gaz Mayall, en un súpermercado brasileño cualquiera? Para que los no melómanos lo entiendan, sería como si en Coto vendieran camisetas cinéfilas con algún título de Hal Hartley o literarias con la cara de Tristan Egolf.

    ¿A quién se le habría ocurrido sumar el Gaz’s Rockin Blues al catálogo de un monstruo textil como Hering? ¿Habría ahí un joven heredero del imperio con debilidad por el ska, que convenció a papá Hering de meter a su ídolo en remeras tan claramente indiferentes para la clientela del Extra? ¿Cuántas unidades habrán salido (podría dar fe sólo de una XL) y cuántas descansarán hasta hoy apiladas en algún depósito perdido en la periferia paulista? Son enigmas que nadie resolverá nunca. En parte porque, la verdad, a casi nadie le importan. Quienes detectan y aprecian el significado de esta inexplicable remera no tienen acceso a las gerencias de Hering ni de Extra. Quienes sí podrían llegar a tales fuentes jamás repararían en la peculiaridad del caso. Ni el propio Gaz Mayall sabrá nunca nada de esto.

  • Ahora todos van a leer tu remera # 1: Los diez mandamientos del ska

    (Aclaración: hace ya cinco o seis años, Chikito, uno de los más consecuentes lectores/colaboradores de este blog, a quien por entonces no conocía fuera del mundo.com, me sugirió por línea privada escribir posts sobre remeras de rock. Me pareció muy buena idea, pero nunca encontré el momento de hacerle justicia. Quedó entre docenas de pendientes. Tarde pero inseguro, acá va la primera entrega de una serie por la que Chikito merece debido crédito)

     

    Los 90 no fueron amables con el ska en Inglaterra. Después de la explosión Two Tone, encabezada a principios de los 80 por The Specials, Madness y The Selecter, la música de raíz jamaiquina se replegó rápido a una zona de sombras en favor de otras cosas, como el tecno pop. Demasiado skinhead para new romantic…

    tencommandmentsfront.JPGEn Estados Unidos, en cambio, la segunda mitad de los 90 se sacudió con la llamada Tercera Ola, la gran vuelta del ska, con docenas de bandas, desde ska-jazz hasta ska-punk y ska-core, ska-metal satánico (en serio), ska-swing y algunos otros errores sincopados y aún menos excusables. Pero su efecto poco o nada se sintió al otro lado del ancho Atlántico.

    Así, Londres no era el lugar ni 1997 era el año para un festival como The Ten Commandments Of Ska, ya bastante pretencioso desde el título. Así, a nadie debió llamarle la atención encontrar, incluso dos años después, las remeras de tal evento en un tacho de saldos del local de Merc en el epicentro de Carnaby Street.

    Con apenas un par de cuadras peatonales por el centro de Londres y un muy fotografiado arco de entrada, Carnaby ha sido cíclicamente protagonista de distintas subculturas y modas juveniles, siempre muy British, desde los swingueantes 60. Hasta su cierre en 2012, Merc fue una de las tiendas insignia en esta calle y de estas “tendencias”, una boutique mod, con trajes de tres botones, camisas a cuadros, zapatos “loafers” y demás accesorios imprescindibles para quien de pronto sienta la vocación de mimetizarse con los personajes de “Quadrophenia”. Salvo los scooters y las pastillas, todo estaba ahí, aunque en los últimos años sólo se concentró en vender artículos con su propia marca, dejando fuera de catálogo a Fred Perry, Ben Sherman y otros.

    Merc, justamente, fue el principal auspiciante del Ten Commandments. Vaya a saber uno cómo fue el arreglo comercial entre las partes. Pero sí contamos con evidencias materiales (textiles) de que la marca aportó la remera oficial de la fecha.

    Efectivamente, 24 meses después, docenas de estas prendas, en todos los talles, se ofrecían a cuatro libras la unidad en el local de Carnaby 10. Habrán sobrado muchas, en parte por el escaso público que cubrió apenas la mitad de la Brixton Academy (con capacidad para 3700 espectadores parados), confirmando que los tiempos no eran favorables para el ska inglés. Pero no por eso se debería subestimar otro factor: la mala praxis de diseño.

    En la espalda, la prenda pasaba lista a los no diez sino once artistas que actuarían el 21 de junio de 1997 sobre este legendario escenario del sur de Londres: los estelares nombres jamaiquinos de Prince Buster, Ken Boothe, The Pioneers, Dave & Ansel Collins, Errol Dunkley y Rico Rodriguez; el cubano Laurel Aitken, más los locales  Judge Dread, The Cimarons y The Riffs (los de la muy oi y muy épica “Blind Date”). Documento histórico de un line up irrepetible… pero demasiado a destiempo como para salvar al festival.    

    tencommandmentsback.JPGLos verdaderos problemas estéticos comienzan del otro lado de la remera. Ahí está el logo de los Diez Mandamientos del Ska (cita de un clásico de Prince Buster), con una tipografía antigua, intencionadamente “bíblica”. Luego, un dibujo en el que se ve a una negra aparentemente jamaiquina, de espaldas, arrodillada sobre un ítem de verdad indefinible e incomprensible, de cara a una especie de río y a unas montañas verdes. Está desnuda y tiene los brazos abiertos, en pose mística, acaso a punto de definir los nuevos Diez Mandamientos caribeños.

    Todo parece una de esas fallidas tapas de discos compilados que ya nos frustran antes de apoyar la púa, aunque a veces terminan por sorprendernos positivamente. Uno puede imaginar el disgusto de los meticulosos tipos de Merc al desayunarse con semejante resolución gráfica, pero es más difícil visualizar la resignación en el momento que, quizás por falta de tiempo, alguien aceptó: “Ok, vamos con este, ¡se imprime!”   

    Además del feo diseño, la desganada impresión recuerda a la que ejecutaban algunos locales de fotocopias láser color a principios de los 90. Arratonada incluso antes del primer lavado y sobre una tela tan floja que da picazón sólo de mirarla. Si la calidad de una remera oficial marca el destino del show en cuestión, queda claro por qué The Commandments perdió plata.

    Encontré esta remera hecha pelota de trapo, adentro de un tacho, en un oscuro rincón de Merc, en 1999. Nunca la usé hasta 2007, cuando con la Rude Boy Band acompañamos a la británica Pauline Black en su debut porteño. Fue mi tributo secreto a los años de resistencia ska en el Reino Unido. En realidad, me la puse sólo una vez terminado aquel show en El Teatro de Colegiales, hoy Vorterix. La increíble voz de The Selecter, entonces, me vio por los pasillos de camarines y dijo, seria, como si hubiera recordado algo no muy feliz: “Wow, no me digas que tenés una de esas…”