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  • Ahora todos van a leer tu remera # 4: esta no es una de R.E.M.

    No soy fan de R.E.M. Aunque crecí con ellos como modelo cerrado de banda “college rock”, una etiqueta que ya no se usa más, anterior al “rock alternativo”. Cuarteto de guitarras, del “interior” norteamericano (Athens, Georgia), ondita universitaria, letras inteligentes, sensibles, arty sin excesos, ajenos a varios arquetipos rockeros de época (el macho glam hard rockero, en particular). Me gustan bastante sus primeros discos y también el popularísimo “Automatic For The People”. Qué discazo. Pero que no te agarre en un mal domingo: temas como “Nightswimming” podrían darte ese empujón final.

    Nunca tuve una remera con su logo, pero casi. En otoño de 1996 viajé a Nueva York para entrevistar a, glup, Bryan Adams. Diez minutos de charla, así pautados, que se extendieron (de gracia) a doce, para hablar sobre su reciente e innecesario disco unplugged y para notar sus problemas de cutis en una oficina de Universal, piso 20 en no sé qué torre del midtown Manhattan. Esas cosas que se hacían en los noventa, cuando todavía se divisaban las Torres Gemelas desde aquel despacho. Si se siguen haciendo ahora, no lo sé; por lo menos a mi ya no me invitan.

    k rock.JPGPor esos días, Warner editaba “New Adventures In Hi Fi”, décimo (y, a mis oídos, decepcionante) álbum de Michael Stipe y asociados. El estreno neoyorquino (o sea, mundial) fue con una escucha gratuita y al aire libre y nocturna, sin la presencia de los músicos, en un estacionamiento del Soho, con proyección del primer clip sobre los ladrillos a la vista de un edificio vecino. Todo auspiciado por la FM K-Rock, emisora en el 92.3 del dial, en la que el legendario conductor Howard Stern transitó la mayor parte de su influyente carrera.

    Tampoco Stern estuvo en ese parking. La situación era rara, como un recital sin escenario ni banda ni, lógico, música en vivo. Pero con público, si bien un poco desorientado ante la carencia de esos otros ingredientes habituales. La canción ideal hubiera sido “It’s The End Of The World As We Know It”, pero sólo sonaron las Nuevas Aventuras. Y para complacer a las más de 300 personas convocadas, los tipos de esta radio (que justo en ese momento se convertía providencialmente al “college rock”, a ver si así levantaba un poco el rating) lanzaban al aire remeras que muchos asumimos como merchandising de R.E.M. En una de esas, con ágil salto digno de un jardinero Yankee, atrapé al vuelo una camiseta. Coincidí en la proeza con un típico indie o collage rocker neoyorquino, flaco, rubio, con lentes y morral de mensajero. El kit completo, “That 90’s Show”. Cada uno tironeando “su” lado de la remera, nos miramos más dubitativos que desafiantes. Otra hubiera sido la historia entre, pongamos, un par de fans de Motorhead; pero acá no, estamos hablando de R.E.M. Nuestro hardcore común, en todo caso, sería algún track afiebrado de los Pixies. De manera que la leve tensión se sostuvo sólo hasta descubrir que no era una remera de los de Athens sino de la FM. Ahí, igual, yo no aflojé, pero el indie kid sí; le daba lo mismo.

    Todavía tengo esa remera “hecha en Estados Unidos, cosida en Jamaica”, blanca, con cuello y puños azules. Pobre, con alguna mancha rebelde, duró más que el college rock, una categoría ya en desuso, así como tampoco subsisten las megadisquerías donde bandas como R.E.M. y, tanto más, Nirvana, pegaron aquel salto de popularidad a principios de los 90, mientras Bryan Adams, insalvablemente pasado de moda, se probaba en vano el cliché del disco desenchufado.

    La remera blanca duró más, también, que la etapa indie de la 92.3, a la que la apuesta no le sirvió de mucho y pronto viró hacia el repertorio mainstream que mejor manejaba. Y sobrevivió incluso a R.E.M., que el día de la primavera austral de 2011, luego de tres décadas de valiosa carrera, anunció oficialmente su separación.

  • Ahora todos van a leer tu remera # 3: The Cramps y la camiseta más cara del mundo

    Ahí la tienen, miren: la remera más cara del mundo. Hasta hace un rato, parecía sólo una más en el placard. Ni siquiera una más, sino una de las menos: en veinticuatro años de servicio apenas fue usada y lavada y planchada dos o tres veces y permaneció la mayor parte del tiempo relegada al estante de la ropa que por distintos motivos no se toca.

    No es una referencia de las líneas sport de Ermenegildo Zegna o Armani, ni una creación de algún gurú del diseño indie. Sólcramps2.jpgo una típica remera negra, común y corriente, que a simple vista no dice gran cosa: apenas “The Cramps”, en el frente, y “1990”, más un listado de ciudades norteamericanas, en la espalda.

    Raro que recuerde justo cuándo compré cada remera, pero con esta es fácil: lleva estampado el mencionado año y el detalle de la gira que los legendarios The Cramps (1976-2009) emprendieron entonces por los Estados Unidos. Al frente, claro, va el logo del grupo, en una especie de goma verde flúo, estruendoso como su música, arriba del dibujo de una chica mala en bikini apuntando con una ametralladora vintage. Genuino material Cramp.

    Fue adquirida en Washington DC, eso seguro. En plena era Bush padre y durante la guerra en Irak. Un par de meses después que el alcalde local, Marion Barry, negro como esta remera de los Cramps, fuera detenido por agentes del FBI mientras fumaba crack con una puta en un cuarto de hotel a pasos de su despacho y de la Casa Blanca. DC era un quilombo difícil de dimensionar, a la distancia, si se piensa en esta ciudad sólo como el corazón administrativo del Evil Empire.

    La remera no puede haber costado más de diez, doce dólares, el estándar para este tipo de artículos en su momento. Hoy, señoras, señores, cotiza en eBay a… ¡750 dólares! Eso, amigos, la convierte (sin rivales siquiera cercanos) en la mejor inversión que haya realizado en toda mi vida (una vida signada por los malos negocios), con un rendimiento total del 7400 por ciento, es decir un 308,3 por ciento anual. ¿La burbuja inmobiliaria? ¿El boom de las punto com? Un vuelto. La posta, en las últimas tres décadas, estuvo en las remeras de los Cramps. El que apuesta al psychobilly gana.

    cramps1.jpgPorque Los Cramps, una de las bandas más extrañas del planeta, fueron los padres del psychobilly, desviación extrema del viejo y querido rockabilly, el rock and roll clásico y rústico. Liderados por el vocalista Lux Interior y la guitarrista Poison Ivy, inverosímil matrimonio salido de un cómic, mezclaban rockabilly y garage sesentero con irreverencia punk, estética de cine clase B, imaginería de pulp fiction y otras maravillas. Sexo (bizarro), drogas (pesadas) y rock and roll (salvaje). Con el condimento extra, la connotación xxx, que a todo esto le sumaba una pareja enfundada en látex, tacos altos para él, cuernitos diabólicos para ella… Lux, con su cara filosa, la cruza exacta de Frankenstein e Iggy Pop. Poison, como la stripper que se inventó su numerito hot con una Les Paul.

    La de Ivy y Lux es una de las historias de amor más tiernas del rock, lo que resulta particularmente interesante porque, en verdad, los Cramps eran unos animales salvajes. Pero también eran súper cultos a su modo. Interior y Ivy, obsesionados con las sobras vergonzantes del Sueño Americano, eran conocidos por coleccionar enfermizamente vinilos raros y estudiar con dedicación las implicancias ocultas en todo tipo de artefactos culturales pop. No por nada la pareja merece el primer capítulo de “Incredibly Strange Music” (ReSearch, 1996), enorme libro acerca de las más extrañas colecciones de discos en el mundo.

    En 1990, entonces, los Cramps giraban para presentar el disco “Stay Sick” y llegaron a Washington DC. “Stay Sick” lo había comprado en cassette para poder escucharlo en el auto. No era de lo mejor, los Cramps sonaban a esa altura quizás demasiado concientes de sí mismos, demasiado esforzados por ser… Cramps. Quizás pasaban por una crisis matrimonial. O por ahí era un intento por pegarla cuando el rock alternativo empezaba a hacerse un espacio en las góndolas del mainstream, a pocos meses de la explosión Sub Pop-grunge-Nirvana. Si esa fue la intención, no anduvo. Porque para los Cramps el éxito era genéticamente ajeno. Eran freaks, no se hacían.

    cramps4.jpgEn DC, tocaron en el Lisner Auditorium, de la Universidad George Washington, junto a la estación de metro (línea naranja) Foggy Bottom, con sus interminables escaleras mecánicas, que parecen capaces de transportarte a la baulera del infierno. Pero hasta ahí llegué, no al infierno sino al Lisner, para ver finalmente en directo a estos tipos, po runa entrada de 20 dólares. Tantas veces había contemplado sus discos en el Tower de Leesburg Pike, sobre todo “Bad Music For Bad People”, que vaya a saber por qué nunca compré, con su dibujo de un Elvis-zombie sobre ese fondo amarillo.

    Abrieron la noche unos que creo se llamaban Date Bait, obvios fans del “horror rock” a la Cramps, aunque en un plan más punkrockero. Al cantante lo trasladaron hasta el escenario metido en un ataúd, tipo Screaming Jay Hawkins, el auténtico padrino de todos estos estos monsters of rock.

    Después, sí, fue el turno de los psychorockers. Pero, la verdad, el Lisner, una prolija sala tipo cine moderno, con butacas fijas platea en plano inclinado y alfombra beige sin una sola quemadura de cigarrillo, no era para ellos; no era lugar para los fuertes. Arrancaron con todo y los fans les siguieron el paso por unos cuantos temas, incluyendo el single del disco “Chicas en bikini con ametralladoras”. Pero de a poco la distancia entre escena y audiencia se hizo insalvable y la frialdad del Lisner se impuso. A veces, los músicos, el sonido, el público… todo puede estar bien. Pero la propuesta y el ambiente son incompatibles, como una horda de psychobillys y un auditorio universitario demasiado correcto.

    Lo frustrado que se habrá sentido Lux Interior, célebre por su peligroso despliegue escénico. Quizás justamente por eso, en su homenaje, aquella noche me compré la remera oficial del tour 1990 de los Cramps. Algo ajustada para talle L, negra y, en el frente, con dibujo en brillantes colores de la mismísima Poison Ivy, en atuendo burlesque y a los tiros. Detrás, el itinerario con 43 fechas, de costa a costa. Lux murió en 2009 y Poison, muy triste, ya no volvió a tocar, al menos hasta donde yo sé.