Un domingo de 1990, por gentileza de MTV, entró en el living de casa “Stigmata”, primer single de “The Land Of Rape and Honey”, tercer disco de Ministry, extravagante banda de Chicago que -Dios mío-, el domingo 8 de marzo de 2015 ¡¡debutará!! en Buenos Aires.
Fue suficiente para convertir a un impresionable adolescente a ese oscuro culto sónico llamado “rock industrial”. El video, en blanco y negro, era inquietante: fábricas espectrales, robots mutantes, campos de concentración post apocalípticos. La música, un tecno rock abrasivo, hasta entonces inédito, distinto a todo: máquinas programadas, guitarras heavy y un psicópata al micrófono; un toque menos thrash y otro toque más dance de lo que el grupo grabaría luego, ya “famoso”. ¿Qué más se podía pedir? Ahí estaban todas las respuestas que precisaba un aplicado alumno de la Punk Rock High School, extensas horas extracurriculares en ska, hardcore y rock alternativo, con un breve curso de verano en The Pogues, como buen quinceañero con dificultades para sobrellevar las lentitudes de la vida. Así que, en resumen, antes que el tema terminara ya me había comprado todo el paquete.
¿Cómo es que Ministry llegaba a engalanar la pantalla de MTV? Sucede que en 1990 la cadena todavía parecía interesada en la música. Es algo que a los más chicos les costaría creer, igual que cuando les cuentan que allá lejos se vivía sin computadoras ni celulares. Sí, MTV rotaba un montón de videos de rock, pop, rap. ¿Raro, no? Aún se decía entonces que “el video” había “matado a la estrella radial”, como repetían The Buggles, precisamente en el primer clip transmitido en la historia de la cadena. Nadie podía parar esa fuerza incontenible, en teoría. Pero, bueno, sabemos adónde nos condujo la práctica y en qué andan las cosas casi tres décadas después.
Lo mejor de MTV, por esos años, se encendía los domingos a la medianoche, vía un programón con nombre de noticiero: “120 Minutes”. Dos horas, obvio, de clips increíbles presentados por Dave Kendall, un VJ británico con fuerte acento, pelado, de look gótico, pero a la vez risueño y entrador, del que nunca más supe nada. Todavía atesoro cintas VHS con material grabado de esas gloriosas sesiones en las que desfilaban, codo a codo, The Specials, Killing Joke, Sonic Youth, The Damned, Hüsker Dü, Front 242, Dexy’s Midnight Runners, Dead Milkmen, The Cramps, The Pogues, PIL, Jesus & Mary Chain y Gwar. Era el único momento de la programación en el que costaba aprobar la furibunda arenga “MTV Get Off The Air!” de los Dead Kennedy’s.
Al otro día de La Revelación Stigmata, pegué el vinilo en cuestión, del sello Sire. No me defraudó en lo más mínimo y poco después conseguí una remera para expresar públicamente, de una vez por todas, mi total devoción por Ministry. No era fácil de encontrar, la banda del cantante y productor Al Jourgensen (un cowboy satánico y heroinómano, nacido en La Habana, criado en Chicago, que intimidaría a Rob Zombie) aún se movía en un nivel híper underground. Pero para eso estaba Smash!, pequeño local sobre la calle M, barrio de Georgetown, Washington DC, apenas a una cuadra del restaurante argentino Las Pampas, con su logo en tubos de neón verdes y rojos en la vidriera. Por esos tiempos, lo mejor que podía pasar el sábado al mediodía era que mis padres se pusieran nostálgicos y decretaran un almuerzo familiar de expatriados en Las Pampas. Entonces, antes y después de que sirvieran las empanadas, el bife de lomo o las milanesas, aprovechaba y me escapaba un rato a Smash!
Era algo así como el Rockshow de Washington, un despacho para aprovisionarse de discos, VHS, revistas alternativas, prendedores, muñequeras con tachas y, faltaba más, remeras de rock, dobladas sobre un cuadrado de cartón, imitando la tapa de los vinilos de doce pulgadas. Smiths (“The Queen Is Dead”) y los locales Minor Threat (el pelado sentado y las ovejitas) eran sus best sellers. La de Ministry venía en negro, con foto de quien podría ser Jourgensen quince años más joven, como con líneas de “ruido” de video, el nombre del grupo en pequeña tipografía amarilla, cero industrial. La verdad, no era gran cosa. Pero, hey, decía “Ministry”, como para que todos se enteraran.
Fue la remera que usé para ir a verlos el mismo año en vivo en el 930 Club, reducto clave en la historia del rock de Washington DC, que actualmente sigue abierto y muy relevante, pero en otra locación. Aquella sede original quedaba al fondo de un angosto pasillo justamente en el 930 de la calle F, a escasas cuadras de la Casa Blanca, nada menos. A más de uno le resultará curioso, pero de noche esa zona era una de las más peligrosas del Distrito de Columbia.
Más de una vez leí, al ingresar, el cartelito legal o del departamento de bomberos con la capacidad máxima del club: 230 personas. El 930 ni siquiera estaba lleno la noche en que Ministry presentaba ensordecedoramente “The Mind Is A Terrible Thing To Taste”, estruendoso disco del que me hice aún más fanático. Fue un show hipnótico e inolvidable, del que poco recuerdo. Pero tengo claro que, entre su ecléctico staff de personajes bizarros (el rasta rubio Chris Connelly, el gordo heavy Mike Scaccia, el euro dandy Paul Raven), la escuadra de forajidos había sumado para esa gira a un flaquito con pinta de desesperado: Trent Reznor.
Reznor, se ve, era uno de los amigotes de Jourgensen y tenía su propio grupo, también “industrial”, pero en realidad infinitamente más blando e inofensivo: Nine Inch Nails. Su primer disco salió también por esos meses, se tituló “Pretty Hate Machine” y, a diferencia de los blasfemos registros de Ministry, su tecno pop atribulado convenció de una a las chicas alternativas de la época. No obstante, cuando NIN debutó en Washington lo hizo en el mismo 930 Club, para no más de 229 personas y quien esto escribe. En el show, cómo no, vendían las camisetas oficiales, blancas y con el efectivo logo de NIN en negro, más la inscripción “Hate 1990” (¡qué miedo!) en el frente y “You Get What You Deserve” (Tenés lo que te merecés) en la espalda; como la que tengo acá al lado, large, irreversiblemente gastada, manchada y apolillada. Pretty Hate T-Shirt.
Varios músicos de Ministry hoy están muertos, como era de esperar, aunque curiosamente Jourgensen sigue (más o menos, dicen) vivo, casi un alegato por la tolerancia del abuso intensivo de drogas peligrosísimas. Nunca superaron el status de banda de culto: eran demasiado salvajes y caóticos. El flaquito Reznor, en cambio, se desmarcó, hizo los deberes y se recibió de estrella global, muy MTV friendly, conmoviendo a los fans con sus crónicas emo en clave tecno pop apenas subidito de tono. Lo que queda de Jourgensen se lo debe querer comer frito. Quizás alguien le pueda preguntar al respecto en marzo, cuando tome por asalto el Teatro Vorterix, a un cuarto de siglo de aquella irrupción con “Stigmata” en MTV.
En cuanto a Dave Kendall, lo cierto es que cuando tecleaba todo esto recordé su nombre sin googlearlo. Porque de hecho uso una notebook libre de Internet como para avanzar más ligero. Pero acabo de chequearlo y resulta que “120 Minutes” no subsistió mucho más allá de principios de los 90 y fue el último programa de alto perfil para el VJ, que por un rato se dedicó a la producción en distintos canales de cable y ahora vive en Bangkok, Tailandia, donde seguro sigue escuchando Ministry.
Mientras tanto, en Washington, el restaurante argentino Las Pampas lleva tiempo cerrado. Smash!, por su parte, en 2006 se mudó a otro barrio, Adams Morgan, donde acaba de celebrar sus 30 años de imperecedera labor comunitaria.