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Rude Boy Poker Showdown (Poker cool II)

medium_race_card_poker.jpg(continúa del post anterior)


El salón de convenciones está dividido en dos con unos cordones de seguridad. De un lado, catorce mesas de reglamentario paño verde; del otro, sillas, una barra, un buffet, mozas de tacos y polleras cortísimas, y una pantalla gigante donde se verá luego la final en directo.

El espectáculo de las rondas clasificatorias, los cuartos de final y la semifinal es curioso. Las partidas duran de una hora y media a dos (el sistema de luz, apuesta inicial,cada vez más alta garantiza cierto ritmo). Las mesas están a varios metros del público del otro lado del cordón, por lo que apenas se adivina qué sucede, salvo cuando algún participante gesticula en forma demasiado evidente porque es eliminado o gana. La banda de sonido es un constante ruido de fichas en movimiento. Y, cada tanto, algún jugador corre hacia el cordón para comentar con sus amigos, ya retirados o en una pausa, la última jugada, esa escalera inesperada o esa reina salvadora. Todo, eso sí, en una jerga excluyente entre muecas de asombro, incredulidad y excitación. 

Después están los pequeños duelos personales. Como el del argentino de camiseta negra y arito con el brasileño de buzo de rugby, gorra y anteojos de sol. Probablemente con unas cuantas horas de truco en su currículum, el argentino tiende a desviar la atención del paño y hacer señas de que no tiene suerte. "Es-toy-muer-to", dice para que le lean los labios, y discute cada decisión de los jueces, como muchos de sus compatriotas en otras disciplinas. Pero el brasileño no se deja perturbar y le saca hasta la última ficha.

El argentino no debería sentirse tan mal: perdió contra Fernando Albuquerque, que en un rato va a salir campeón y se llevará a San Pablo 226.000 dólares, un trofeo y un buen anecdotario. Después de doce horas, a la 1.30, en la mesa final, Albuquerque ya se deshizo de otros cuatro brasileños, un argentino, un uruguayo y un chileno. Disfruta tranquilo detrás de los anteojos oscuros y la muralla de fichas mientras el último de sus compatriotas, de buzo Abercrombie verde y amarillo (al que los argentinos, ya sin nadie por quien hinchar, bautizaron Ronaldinho), resiste como puede. Hasta que, agotado y sin esperanzas, Ronaldinho se juega todo en una mano imposible y cae. No es para tanto: por salir segundo, se llevará una buena suma, además de la inscripción para jugar en Las Vegas y pasajes y gastos pagos para dos personas, igual que el chileno que quedó tercero. Las primeras palabras de Albuquerque, cheque gigante bajo el brazo, no sorprenden después de horas de encierro y juego: "Disculpen, pero tengo que salir a fumar". 

Se difunden prácticamente de boca en boca. Así y todo, a cada uno de estos torneos llega un 10 por ciento más de jugadores que al anterior. "Todos quieren salir en la tele -observa Cristian, cancherísimo-. Bueno, todos menos los argentinos, que son caretas . Juegan muchos, pero pocos lo dicen. En Estados Unidos, un buen jugador no es menos que... no sé, un ingeniero. En Argentina no podés ni decirlo. Pero vas a ver que ahora te vas a empezar a enterar de más y más gente que está en esto."

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