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schiltigheim

  • Lo que importa es la cerveza del Pescador de Schiltigheim

    La verdad es que no sé cómo logró colarse entre Skatalites, Adolescents, Chet Baker, Lee Perry y Pavement, pero de algún modo "Cuarteto Cedrón Canta a Raúl González Tuñón" un día, hace unos diez años, aterrizó en mi casa. Milagro.

    Y no es que yo estuviera en proceso de "descubrir el tango". Es más: ni aún hoy me llegó esa "fase" que, al parecer, a todo el mundo (nacido más o menos por acá) lo espera en un recodo de la vida melómana. Aprecio el tango, por supuesto, pero no podría decir que lo escuche.

    Sin embargo, este disco en particular lo logró. Como un tenista que debuta ganando diez torneos al hilo, se colocó rápidamente entre los cinco discos que más me emocionan del mundo. Y, entre nosotros, lo cierto es que ni siquiera sabría decir cuáles son los otros cuatro...

    Para presentarlo un poco digamos que se trata de un disco del Cuarteto Cedrón, es decir del grupo del Tata Cedrón, músico argentino que residió muchos años en PArís, aunque ahora, o hace unos tres veranos, regresó a vivir en la Buenos Aires Sur que bien cuenta su música urbana y adoquinada. Esta grabación, de hecho, la registró en Francia. Y tiene un concepto: Cedrón acá musicalizó poemas del recontraporteñísimo poeta Raúl González Tuñón, el de los ladrones angelicales, el de la calle del agujero en la media, el de los marineros y el de los compadritos que aman a su madre; el de los delincuentes sensibles.

    Detrás de una tapa poco prometedora, Cedrón, que luego musicalizaría a Cortazar, hizo un trabajo sublime. Especialmente en "La cerveza del pescador Schiltigheim", que es sencillamente la canción más hermosamente melancólica en la que puedo pensar, al menos en español (digo, ahora que me acuerdo de Leonard Cohen). Si no es que ya abandonaron aterrados este post, hagan un pequeño esfuerzo y sigan:


    Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
    y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
    y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
    Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
    nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.


    Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
    estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve por ejemplo,
    en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
    una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
    y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.


    Para que bebamos la rubia cerveza del pescador de Schiltigheim
    es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas.
    Estamos
    en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.

    Consejo de no-experto: leer. Después, volver a leer más despacio. Y después leer una tercera vez. La imagen del "trozo de asado,
    una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar"
    no es algo que se te pase así no más ni en esta vida pequeña ni en su muerte pequeña.

    Nada más lejos de la música de la que hablamos siempre acá. Pero confío en que sepan apreciarlo de la misma manera en que confío en que todos ustedes son buena gente.