Bueno, quizás no sea para tanto el éxito del "Gente que no", libro que vendría a ser una continuación no temática pero sí "espiritual" de "La manera correcta de gritar". Lo cierto es que la pequeña obra editorial está teniendo su repercusión. Por ejemplo, con dos notas, una en Página 12 y otra en el suplemento de libros de La Nación (epa!), que de verdad parecen haber detectado la onda de la investigación. Repasemos: el lirbo se subtitula Postpunks, darks y otros iconoclastas del under porteño en los 80 y cuenta vida y obra de míticas y oscuras bandas como Los Corrosivos, Los Pillos, Mimilocos, El corte, Sobrecarga, TTM, Don Cornelio, Uno x Uno y Sentimiento Incontrolable.
Esto dijo Daniel Amiano, de La Nación:
Para el rock argentino, la década del 80 empezó tarde y terminó rápido. Sus comienzos están entre la Guerra de Malvinas y la jubilosa explosión democrática que se reflejó en una incesante actividad creativa, y el final llegó con la crisis económica de los últimos meses del gobierno de Raúl Alfonsín. Gente que no se ocupa, justamente, de esa etapa, pero muy por fuera de las bandas que comenzaron a convocar multitudes (a la escala de entonces, por supuesto). Este libro habla de los que no llegaron; de aquellas promesas que giraban en el under porteño y quedaron ahí, en esa zona marginal que no tiene en cuenta la "historia oficial" del movimiento.
Escrito por distintos autores, el libro recupera del olvido a Los Pillos, El Corte, Los Corrosivos, Sentimiento Incontrolable, Mimilocos, Uno x Uno, Sobrecarga, Todos Tus Muertos y Don Cornelio y La Zona. De todas estas bandas cuya estética se emparentó con el postpunk , el dark y un pop extravagante, las únicas que trascendieron en el culto popular fueron las dos últimas. Todos Tus Muertos son los autores del tema que da título al libro, y Don Cornelio, la banda de Palo Pandolfo, tuvo su momento radial con "Ella vendrá". El resto vive en la memoria de quienes transitaban las madrugadas en busca de gestos cómplices y de una nueva manera de expresarse, lejos de los hits radiales. De hecho, muchos de los protagonistas, la gran mayoría, abandonó la música, y sus discos no fueron reeditados aún en tiempos de rescate del rock argentino, lo que agudiza aún más la mitología. El testimonio de los músicos y la puesta en un marco histórico a cargo de cada cronista (Daniel Flores, Alfredo Sainz, Leandro Uría, Franco Varise, Jorge Luis Fernández y Juan Andrade), hacen de Gente que no un libro distinto, ideal para conocer cierta esencia creativa. La característica que une a todas estas bandas es el entusiasmo con el que se vivía la experiencia de hacer música. La recuperación de la democracia había generado nuevos paradigmas, y la música asumía su papel sin lugar para las inhibiciones que habían encerrado al rock en la década anterior.
No se trató de un movimiento en particular, pero muchos de ellos coincidieron en escenarios y hasta intercambiaron integrantes. Los personajes de entonces fueron devorados por las personas en que se convirtieron luego. Algunos murieron en situaciones extrañas (perdidos en una avioneta rumbo al Amazonas, otro ahogado en España), y la mayoría se dedica a otra cosa (empleado bancario, comerciante, periodista). Podría tratarse de un manual de perdedores, pero no. Más bien se dibuja la trama oculta de un estallido cuyas esquirlas marcaron una época.
Y esto dijo Santiago Rial Ungaro, en Página 12:
“¿Qué es más importante para vos? ¿Tu música o tu culo? Si preferís tu culo es porque no te interesa tanto la música...” Imaginemos por un instante esta escena: estamos en Nueva York, 1989, y Alfredo Peria, el cantante de Mimilocos, discute en un taxi el futuro de su proyecto con Jorge Alvarez, aquel mítico productor del sello Mandioca, que viene rechazando sistemáticamente los demos que le envían, de Buenos Aires a Madrid, los integrantes de Mimilocos. En el grupo, inicialmente un quinteto, sólo quedaban él y Leo Ramella (el único que continuó activo musicalmente en los ‘90, con Los Resonantes y hoy con Emisor). Mimilocos, luego de la entrada en escena de Alvarez, se había ido desmembrando de a poco. Y todo hace pensar en que, más allá del potencial artístico y comercial de la banda, Alvarez estaba más interesado en la piel morena y los ojos verdes de Peria... y en otras partes de su anatomía.
La pregunta, capciosa y sintomática de la dinámica que se fue instalando en la industria discográfica cada vez con más fuerza (pero que en verdad existió desde siempre), le da al título del libro una de sus múltiples aplicaciones. El tiempo y los gustos de cada uno decidirán qué grupos fueron olvidables y cuáles injustamente olvidados. Y aquí entra en escena la necesidad de mitificar del ser humano, demasiado humano si además está en el ambiente de la música.
Escrito en capítulos por Daniel Flores, Alfredo Sainz, Franco Varise, Jorge Luis Fernández, Leandro Uría y Juan Andrade (y se los menciona porque ninguno de ellos quiso aparecer en la tapa, buscando quizá cierto anonimato post-punk), cada historia del libro tiene su magia, su tensión y una actitud de búsqueda (a veces artística, otras experimental, otras destructiva) que aún hoy cautiva. Desde la contratapa, Gente que no anuncia su deseo de intentar “rescatar y reordenar ciertos fragmentos perdidos, los más oscuros y subterráneos, del rock y la noche de los años ‘80 en Buenos Aires”. Algo así como el NO antes del NO.
(...)
Para Gamexane, desde que se murió Luca (no hay que olvidarse de la relación de Sumo, Miguel Abuelo con La Sobrecarga) pasó algo. “Los Redonditos de Ricota coparon el público de Sumo y luego de separarse generaron clones casi fotocopiados, sin ninguna intención de innovar. Y esas bandas, desgraciadamente populares, destruyeron todo y generaron la caza de brujas que vino después de Cromañón, situación aprovechada por monopolios vomitivos.”
En el libro, justamente, se cuenta cómo La Sobrecarga –después de dos discos, con un primer trabajo bastante vendedor y proyección sudamericana (habían tenido éxito en Chile)– fue abandonada por Daniel Grinbank después de unas declaraciones del propio Gamexane en un conocido suplemento cultural. En esta época en la que prender fuego se volvió un hecho tristemente literal, bien vale recordar que el fuego siempre existió; pero hubo una época, no tan lejana, de la que este libro trata de dar cuenta, en la que los artistas se prendían fuego artísticamente hablando.